Entre los poco más de 25.000 habitantes de esta localidad, apenas quedan unas 15 mujeres que saben cómo transformar metros y metros de hilo de algodón en el tradicional poncho, de ahí la urgencia por legar ese conocimiento a las nuevas generaciones y evitar su desaparición.
En 2019, Rosa Segovia, con el respaldo del Instituto Paraguayo de Artesanía (IPA), convirtió el patio de su vivienda en la Escuela de Salvaguarda del Poncho de 60 Listas para enseñar a las artesanas la elaboración completa de esta vestimenta, y no solo el tejido de una de las tres partes, el cuerpo, la guarda y los flecos, que hasta entonces realizaban por separado.
Segovia, como muchas otras tejedoras, se acercó por primera vez a los hilos cuando era una niña, bajo la mirada de su madre, que también se dedicaba al tejido de esta prenda, como una tradición hereditaria, y ahora es ella quien transmite el saber a otras.
“Le enseñé a mi hermana, a mis sobrinas, y después a las otras señoras que están aprendiendo conmigo. Ahí ya se va generalizando el trabajo porque este trabajo es de equipo”, comentó a EFE esta maestra artesana, mientras iba dando forma a un poncho negro y blanco con su telar de cintura.
La elaboración de un poncho de 60 listas requiere del trabajo de cuatro mujeres, durante cerca de 12 días, con jornadas diarias de más de 10 horas y cerca de 16 conos de hilo para terminar una prenda que Segovia vende por G. 2,5 millones (USD 383).
Eme’ena chéve
“Eme’ena chéve (¡me lo das, por favor!, en la traducción del guaraní al español)” fue la petición que Segovia hizo a Teotista Salinas para quedarse a cargo de la enseñanza de este tejido.
Sentada en una mecedora de cables azules, esta mujer de 92 años contó a EFE cómo le pasó el testigo a Rosa Segovia, cuando a los 70 años y aquejada de reuma tuvo que dejar de tejer.
Salinas presumió de haber empezado a confeccionar el poncho en un telar, una técnica “más difícil y con más trabajo” que abandonó cuando murió su madre, de la que también aprendió, para pasarse al telar de cintura.
Sus jornadas comenzaban a las 7.00, paraba a almorzar a las 11.00 y “después de la siesta” retomaba el telar a las 14.00 para seguir tejiendo hasta las 16.00.
“Yo tejía, tenía que cocinar, lavar ropa, de todo... y ella (su hija, presente durante la entrevista) se iba a la escuela”, rememoró.
Sus manos reflejan hoy ese trabajo que a veces extraña y aunque es incapaz de precisar cuántos ponchos salieron de su telar desde que era una niña, recuerda bien a sus compradores más conocidos.
“Los músicos los llevaban puestos, tenía muchos clientes... Está ese tan famoso... Luis Alberto del Paraná era mi cliente, Juan Cancio Barreto...”, rescató de su memoria.
Su modelo preferido es el tradicional en blanco y negro, que adquirió relevancia tras la batalla de Piribebuy, en 1869, durante la Guerra de la Triple Alianza, en la que Paraguay se enfrentó a Argentina, Brasil y Uruguay.
Ello porque los soldados paraguayos fallecidos fueron enterrados en una fosa común envueltos en ponchos, alternando el color blanco y el negro.
Confección en familia
En el porche de su casa, Marlene Marín elabora un poncho blanco y negro de la misma forma en la que le enseñó su maestra, Audelia Santacruz, Ña Neni, cuando acudió a su taller a los 11 años.
“Yo quería entrar en el colegio y no tenía cómo. A las criaturas no se les da trabajo así nomás en casa ajena y mi mamá es de escasos recursos. Así la señora (Santacruz) me ayudó para entrar en la escuela y así aprendí", dijo Marín a EFE.
Con 32 años, elabora ella sola los ponchos, trabajo que le demora más de un mes, aunque con ayuda de su marido, que prepara los flecos, y de sus dos hijas.
Marín reconoció que le gustaría contar con el apoyo de otras tejedoras, pero hoy “las chicas se van a Asunción y ganan más rápido la platita”.
En busca del reconocimiento internacional
El IPA, en colaboración de la Secretaría Nacional de Cultura (SNC), postuló el poncho de 60 listas para que la Unesco lo reconozca como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
La directora del IPA, Adriana Ortiz, explicó a EFE que la elección responde a “la premura de la extinción” a la que se enfrenta la prenda.
“El poncho de 60 listas es emblema de nuestra artesanía nacional, no solo por la historia y todo lo que significa su valor, sino por el trabajo artesanal que el poncho implica a la hora de confeccionar”, apuntó Ortiz.
Con esta postulación, el IPA busca un reconocimiento internacional de esta prenda y una forma de blindar el patrimonio artesanal.
Ortiz recalcó también la importancia de crear la Escuela de Salvaguarda para formar a mujeres que se encarguen de “preservar el legado” de la confección del poncho de 60 listas.
“Es una elección de vida. Es un héroe de la patria el ser artesano y ellos dicen que podrían ser otra cosa pero no quieren que muera esto”, subrayó.