Liz Analía Acosta
Historias de inspiración y esperanza también salen desde las cárceles. Caminando por los pasillos de la reinserción, me encuentro con Katia Encina en un taller de producción de batas hospitalarias. Es una de las que reconocen la lucha que les espera afuera, al tratar de reintegrarse a la sociedad, donde pareciera que el pasado fuera algo que no se puede dejar atrás. En el Centro Penitenciario para Mujeres Juana María de Lara, de Ciudad del Este, que funciona como Centro de Rehabilitación y Reinserción Laboral de Mujeres, mujeres soñadoras se preparan para enfrentar el desafío de su vida: luchar con el estigma de salir de una cárcel y tratar de llevar una vida normal.
“Ser ex privado de libertad es muy difícil”, me confía Katia. “La persona te apunta: ‘Pea ko carcelero kue’”, dice mirando hacia lo que le espera. Así como ella, muchas de sus compañeras privadas de libertad sienten que no están muy abiertas las puertas para reinsertarse normalmente.
Y ante todo esto, uno de los faros de luz que les llegaron es el convenio del Ministerio de Justicia con la fábrica Mega Plásticos SA, que abrió sus puertas dentro de la cárcel y da la oportunidad a mujeres que, al salir en libertad, puedan seguir en la misma empresa.
Sembrando Esperanzas
Dentro de la cárcel, un ejemplo de superación es María Ester Benítez, conocida con cariño como Marité, a quien hoy siendo privada de libertad ya se le confió el cargo de controlar a sus compañeras para la firma New Matrix SA.
La empresa, con el proyecto Sembrando Esperanzas, ingresó al penal para dar oportunidad a mujeres en la costura de mantas y alfombras.
“¿Cómo es trabajar con las chicas?”, le pregunto. Responde que el contexto de encierro no es fácil. “A veces es así un tira y afloja, pero estamos logrando un taller disciplinado. Es una terapia ocupacional”, dice emocionada.
Las chicas de su grupo mostraron los trabajos de costura de tapetes de diferentes medidas. Desde la empresa envían los cortes, y ellas deben colocar el bies y la etiqueta.
Desde la Dirección del penal reconocieron la dedicación y pasión que le ponen. Llegan a terminar más de 500 a 600 tapetes por día. “Hacemos lo posible de terminar en las 8 horas”, cuenta Marité.
Además de las empresas que ingresaron al Centro Penitenciario Juana de Lara, muchas mujeres tienen otros oficios. Las capacitaciones también son constantes, como las de panadería, confitería y maquillaje, muchas de ellas ofrecidas por el SNPP.