Además de ser un trabajo, el cuidado es un derecho que considera: El derecho a cuidar, el derecho a recibir cuidados y el derecho al autocuidado.
El cuidado puede realizarse como trabajo no remunerado, cuando se da dentro de los hogares y como trabajo remunerado cuando se transa en los mercados.
Este artículo tiene el objetivo de contextualizar la situación de las mujeres que desempeñan responsabilidades de cuidado y como estas determinan su trayectoria laboral en la actualidad en nuestro país.
Todas las personas a lo largo de la vida necesitan cuidados. El cuidado comprende todas las actividades que hacen posible la vida diaria y el bienestar físico y emocional de las personas; incluye tareas cotidianas como el mantenimiento de los espacios y bienes domésticos, el cuidado de los cuerpos, el apoyo escolar, el mantenimiento de las relaciones sociales y el apoyo psicológico a los miembros de las familias (ONUMujeres y Cepal, 2020).
Debido a la división sexual del trabajo se asignan diferentes roles a hombres y mujeres. Por eso mismo, la inserción económica se da también de forma diferenciada: Los hombres participan de la economía del mercado y las mujeres de la economía doméstica. Ellas destinan tres veces más tiempo que los hombres al cuidado, que pese a la poca valoración social que tiene, contribuye al sostenimiento de la vida y de las economías.
El trabajo no remunerado equivale al 21,3% del PIB y las mujeres realizan el 74,5% de ese aporte en América Latina (Güezmes García, 2022).
Existen brechas respecto al tiempo que hombres y mujeres dedican a los quehaceres domésticos y de cuidado. En la región, las mujeres dedican entre el doble y triple de tiempo que los hombres y en Paraguay, la brecha es de aproximadamente 15,9 h (mujeres 28,8 h y hombres 12,9 h).
Según cálculos propios con datos de la EPHC (2023), en Paraguay hay aproximadamente 2.102.845 personas que necesitan cuidados (población infantil, población de adultos mayores y población con discapacidad). Como resultado de los cambios demográficos, la condición de dependencia también ha cambiado, mientras la dependencia de la población infantil va disminuyendo, la población adulta mayor de 65 años y más, aumenta de manera sostenida.
Esta situación, sumada a las características estructurales del mercado de trabajo determina la calidad y las condiciones de inserción laboral. Las tasas de ocupación de hombres y mujeres muestran grandes disparidades, mientras 8 de cada 10 hombres está ocupado, solo 5,5 de cada 10 mujeres lo está, con una brecha promedio que se está arrastrando desde hace años, de aproximadamente, 26 pp.
Respecto a la cantidad de tiempo que disponen las personas para trabajar, cerca del 7,6% de las mujeres ha mencionado que está subocupada por insuficiencia de tiempo . Este dato es relevante, porque si se analiza el promedio de horas semanales que las personas dedican al trabajo no remunerado en hogares con menores de 4 años, hay una gran diferencia entre hombres y mujeres (14,9 h y 35,1 h, respectivamente). Es decir, el tiempo disponible para buscar trabajo remunerado y realizarlo se limita enormemente, especialmente para las mujeres. Si se considera la población que realiza trabajo doméstico y de cuidado, según datos de la EUT (2016), el 93,6% de las mujeres y el 81,8% de los hombres declaró realizarlo, con una diferencia de 12,2 pp.
En el país hay aproximadamente 1.370.635 mujeres madres, de las cuales, el 77,9% son cuidadoras, lo que equivale a 1.066.760. El 60% vive en áreas urbanas y el 40% vive a áreas rurales (EPHC, 2023). El promedio de años de estudio de las mujeres cuidadoras es de 10,4 años; según su estado civil más del 71% está casada o unida; el 27,7% está separada, viuda, soltera o divorciada.
Del total de mujeres cuidadoras, el 63,1% está ocupada, el 32,5% está inactiva (o fuera del mercado laboral remunerado). Entre las razones para esto, cerca del 90% de las mujeres respondió que es porque cumple labores del hogar y por motivos familiares. Y, en lo que respecta a las cuidadoras ocupadas, el 30,4% lo hace como trabajadora por cuenta propia en actividades como el comercio al mayor y por menor, restaurantes y hoteles (EPHC, 2023).
Estas actividades, que se dan seguramente, en contextos de bajos ingresos, de protección social e inestabilidad, se manifiesta con que cerca del 24,8% de las mujeres cuidadoras están en condición de pobreza y alrededor del 42,5% de ellas no tienen ingresos propios.
Reconocer el aporte del cuidado, más que ser una cuestión de justicia y equidad, es una cuestión estratégica.
El valor monetario del trabajo no remunerado equivale al 22,4% del PIB en 2016 lo que representa aproximadamente G. 45,9 billones anuales, el 10,2% corresponde al cuidado y el 12,2% a las actividades domésticas. Más del 75% de ese aporte estimado es producido por las mujeres, es decir que el 17,1% del PIB es resultado del trabajo no remunerado de las mujeres y el 5,4% de los hombres (OCR, Unfpa, Celade y STP, 2021).
Visibilizar el trabajo de cuidados como un derecho y una responsabilidad compartida es fundamental para lograr una sociedad más justa y equitativa. La redistribución de las labores de cuidado no solo aliviaría la carga desproporcionada que recae sobre las mujeres, sino que también impulsaría la inserción laboral femenina, promoviendo una economía más inclusiva y sostenible. En Paraguay, el desafío radica en fortalecer las políticas que integren el cuidado como pilar para el desarrollo humano y el crecimiento económico, asegurando así un futuro en el que todas las personas puedan cuidar y ser cuidadas.