Desde hace muchos años, el emblemático barrio Ricardo Brugada, más conocido como la Chacarita, ubicado en el centro de Asunción, es estigmatizado por las autoridades por los índices de delincuencia y por una sociedad indiferente.
Sin embargo, en este barrio se inició un proceso transformador que invita a mirarlo desde otras perspectivas y matices.
En el año 2019, los muralistas y miembros del Colectivo Latinoamericano, Alan Echeverría, de Argentina; Monserrat Téllez, de México, y Juan Cáceres, de Paraguay, fueron llamados por el dueño del hostal Letra libre, Víctor Valverde, quien curiosamente les pidió que pinten un mural en la Plaza de los Derechos Humanos, un espacio recreativo habilitado en el barrio capitalino.
“Él no quería que pintemos en su espacio, en su hostal. Quería que pintemos en la plaza y quería invertir dinero para pintar en la plaza. Pensamos: '¡Está loco, qué buena onda! Es como nosotros’”, cuenta el muralista Juan Carlos Cáceres, cuando recuerda cómo se gestó el proyecto Colores de la Chacarita.
En un pequeño espacio de la plaza, los artistas —pinceles en mano— empezaron a pintar un mural enfocado en la importancia de la lectura, ya que en nuestro país es un hábito poco practicado.
La actividad artística no pasó desapercibida para los vecinos de la zona, quienes se acercaron a los muralistas para decirles que estaban invirtiendo en una obra que se podría destruir porque, cuando ocurren las crecidas, personas de asentamientos ocupan el espacio y se destruye.
Estas advertencias alentaron a los artistas a explicarles el verdadero espíritu del arte público y que esta obra puede ser tanto efímera como también durar años.
En principio, el trabajo de los artistas estaba previsto que sea de dos semanas; sin embargo, el arte despertó en los vecinos y niños las ganas de involucrarse con el hermoseamiento de la plaza.
“Lo que tiene el muralismo es ese espíritu del trabajo colectivo. Ese trabajo grupal que invita a sumarse”, resalta Juan Carlos, al mismo tiempo que recalca que esto ayuda a que las personas se apropien y quieran cuidar la obra.
Los vecinos de la Plaza de los Derechos Humanos pusieron su granito de arena, colaboraron en la limpieza del lugar, levantaron los escombros y derramaron agua para que el polvo no se levante y moleste al momento de pintar.
La propagación del arte llegó incluso hasta los oídos de dirigentes sociales. Uno de ellos fue Jony Lugo, director de Melodías de la Chacarita, quien felicitó el trabajo de los artistas.
Incluso funcionarios municipales pintaron con cal los cordones de las veredas, instalaron juegos en los parques para los pequeños y limpiaron la zona.
Recuperar el espacio público de recreación, que por mucho tiempo estuvo abandonado, fue posible gracias al apoyo de los vecinos y ayudas monetarias de personas solidarias que permitieron comprar los materiales para continuar las obras.
A partir de esta experiencia de cambio, se gestó en la mente de Juan Carlos Cáceres y Christian Gurú Núñez la utopía de llenar la vida de los vecinos con colores y formas que rescaten y mantengan viva la memoria del barrio Ricardo Brugada.
De la curiosa idea de pintar un mural frente a un hostal, que llevó a un pequeño cambio social, nació el ambicioso proyecto Colores de la Chacarita, que pretendía convocar a varios artistas nacionales y extranjeros para embellecer los pasillos chacariteños.
Autogestión, sinónimo de cambio social
Colores de la Chacarita es una propuesta que va más allá de pintar murales, es idear un diálogo directo con la comunidad, ya sea a través de las formas, los colores y los elementos que se utilizaron para crear los distintos murales del proyecto.
El deseo de hacer algo por el país, de lograr los cambios que tanto anhelamos, puede gestarse de muchas formas, desde una multitudinaria manifestación hasta murales que te cuentan una realidad social que no puede pasar desapercibida por la sociedad.
Y es que, al recorrer por los pasadizos de la zona, uno puede sentirse parte de la memoria colectiva de uno de los barrios más emblemáticos del país.
Pero hacer realidad aquel sueño surrealista que apunta a fortalecer la identidad de los pobladores y potenciar el folclore del barrio, a través de los colores, pasó por varios procesos.
Una de esas etapas fue recopilar información entre los vecinos, para acercarse al acervo cultural que compone el emblemático barrio.
Otra de las dificultades fue el desconocimiento del movimiento artístico de pintar murales, sobre todo porque en el país existen pocas referencias de arte urbano. Esto se vio reflejado en algunos vecinos del barrio.
“Desde hace tres años íbamos proponiendo el proyecto a los vecinos, pero ellos nos decían: ‘No, qué van a hacer acá, me van a ensuciar las paredes’”, recuerda Juanca.
En la actualidad, comparando con 10 años atrás, se generó un mercado para los muralistas y la propagación de este movimiento artístico se ve en varias paredes del país, incluso locales optan por decorar sus espacios con murales.
También se realizaron varias actividades de encuentro cultural, presentaciones artísticas, intervenciones de activistas sociales de la comunidad. Además, se llevó a cabo la inauguración de un espacio cultural por y para la comunidad, así como un circuito por los distintos puntos del barrio.
Este recorrido tuvo como objetivo la elección de las paredes por parte de los artistas. Aquí se dio el primer acercamiento de los muralistas con la gente del barrio, quienes construyeron un lenguaje común que serviría como puntapié para las representaciones artísticas de la memoria viva del barrio.
La falta de respuestas de las autoridades a los problemas sociales también impulsó esta transformación social que surge desde la autogestión de personas comprometidas con su comunidad.
El involucramiento de los vecinos y la dinámica del trabajo que llevan adelante los artistas no solo despertaron el espíritu colaborativo para mejorar la calidad de vida de los pobladores, sino que también fueron el principio de un sistema que permitiría desarrollar el lado creativo de los niños y las niñas del barrio.
“Nosotros dimos talleres de muralismo y arte público en el Centro Comunitario Chacarita” dice Juan, al mismo tiempo de mostrarse entusiasmado cuando los chicos se acercan y les hablan de los elementos artísticos que encontraron en los distintos murales del barrio.
Colores de la Chacarita da oportunidades para los colectivos más vulnerables, generando nuevas realidades y mejorando la autoestima de los pobladores, quienes se ven afectados por el estigma social que existe hacia el barrio.
Una parte del financiamiento del proyecto vino de la mano del Fondo Nacional de la Cultura y las Artes (Fondec), con un fondo semilla, que ayudó a ser el puntapié inicial para autogestionar toda la inversión que conlleva cubrir los costos de 10 murales (pinturas, andamios, pinceles, entre otros gastos).
Los muralistas realizaron las intervenciones artísticas bajo el intenso calor paraguayo y en una época donde uno andaba a las apuradas por las fiestas de fin de año.
Son 17 los murales que pueden ser apreciados por aquellas personas que deseen dar una vuelta por los angostos pasillos del barrio y conocer la galería a cielo abierto.
Le invito a la comunidad que vengan a conocer el barrio más emblemático de Asunción. Es un barrio bohemio que tiene muchísimo por ofrecer y contar, que tiene esa calidez de los vecinos y que saquen sus propias conclusiones.
Ese es el mensaje que deja Juan Cáceres para que la sociedad elimine de su mente los prejuicios y estigmas sociales que existen hacia la Chacarita.
Inicios del muralismo en Paraguay
La historia del muralismo data de la prehistoria, cuando por primera vez se plasmó en la pared un dibujo. Hoy lo estudiamos en las escuelas como arte rupestre.
Estas simbólicas representaciones artísticas que había en rocas y cavernas era la forma de transmitir informaciones, de enseñar y contar las prácticas culturales, convirtiéndose así en el medio de comunicación más antiguo de la humanidad.
También fue una modalidad artística muy practicada en el antiguo Egipto, con paredes pintadas y decoradas con figuras o símbolos que hacían alusión a la vida en el más allá.
Sin embargo, fue en el México de la década de 1920 que el muralismo tuvo su principal resurgimiento, época en la cual, paralelamente, se vivía la Revolución Mexicana.
Diego Rivera, José Orozco y David Siqueiros fueron los artistas propulsores de este movimiento artístico muy distintivo en Latinoamérica, pues ellos usaron el arte como herramienta para plasmar sin censura la voluntad popular en medio de la lucha que enfrentaba el pueblo.
Dibujaban la visión que tenían sobre la identidad nacional y transmitían sus posturas e ideologías políticas, económicas y sociales.
Para llamarse mural, este debe responder a cuatros características principales: ser monumental, poliangular, contar una historia y poseer un gran colorido.
En Paraguay, la principal referencia que se tiene sobre el muralismo fue en la década de los 50 con el grupo Arte Nuevo, compuesto por Josefina Plá, Olga Blinder, José Laterza Parodi y otros artistas.
Los murales se realizaban principalmente en paredes de instituciones públicas. En la actualidad, uno puede ver en espacios del centro capitalino algunas representaciones artísticas que llenan la vida de color y positivismo.
Antes de Colores de la Chacarita, en el barrio ya había murales realizados por otros artistas durante un proyecto desarrollado por la Dirección del Centro Histórico de Asunción (CHA), cuyo objetivo era también rescatar barrios populares.
En ese entonces, en el año 2016, la directora del Centro Histórico, la arquitecta urbanista Carla Linares, fue la encargada de impulsar el encuentro Latidos latinoamericanos. Sus murales continúan embelleciendo el paisaje.
Aquella intervención artística y de color dejó su huella en las zonas de Punta Karapã, Pelopincho y el mismo Centro Histórico.
El muralismo es muy simbólico, ya que rescata esa unión de la comunidad y es la voz de todo un pueblo que muchas veces es pisoteada por políticos sin voluntad que solo buscan beneficios propios. ¿Será la Chacarita el nuevo despertar de esta corriente artística en el país?