24 abr. 2025

Nativo relata cómo llegó a recibirse de ingeniero, tras superar carencias

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Orgullosos. Leonardo posa junto a su madre y padre, tras graduarse de ingeniero agrónomo.

gentileza

Es el primer ingeniero agrónomo de la comunidad indígena Acaraymí, de la parcialidad Ava Guaraní, y ahora ganó un concurso para seguir sus estudios en la Universidad de Integración Latinoamericana, desde el próximo año.

Una historia de superación, perseverancia y mucho sacrificio es la vivida por el ahora ingeniero agrónomo Leonardo Alfonso Martínez (32).

Para Leonardo llegar a la meta no fue fácil, ya que su familia no tiene los recursos suficientes para sostenerlo económicamente y muchas veces, tuvo que ir a la cama con el estómago vacío, a su regreso de la Facultad, porque ya no quedaba nada para la alimentación.

El novel profesional es uno de los nueve hijos de José Alfonso y Pablina Martínez, dueños de una pequeña finca de un poco más de una hectárea en la comunidad nativa, ubicada a unos 50 kilómetros al norte de Ciudad del Este, en el distrito de Hernandarias.

“Yo veía las posibilidades de aprovechar los recursos naturales que hay en la comunidad indígena, trabajar la tierra, tener nuestra propia huerta, aprender a cultivar y criar animales domésticos, para subsistir. Nuestros antepasados, incluso nuestros padres, no tienen esa costumbre. Ellos tenían sus mentes en la pesca y la caza solamente, como fuente de subsistencia”, relata.

Con ese sueño en la mochila, pudo acceder a una universidad privada, que todos los años le concedió una beca para sus estudios. Pero tenía que costear la parte logística cómo llegar todas las noches a Ciudad del Este y volver a su comunidad, en un sector donde prácticamente no hay servicios de transporte público, además de otras circunstancias que no fueron obstáculos para él, durante los últimos seis años. “Olía ese olor a asadito y yo no tenía ni un guaraní. Mi mamá tenía que vender su gallina o sus patos para mis gastos, pero muchas veces no alcanzaba. Después de la Facultad llegaba a casa con mucha hambre y a veces encontraba un huevo frito. Mi mamá me decía que era todo lo que había para comer. Otras veces, no había comida”, relata.

Todas las noches llegaba a la medianoche a su casa, ya que desde la ruta PY07 debía caminar dos kilómetros, haya lluvia o tormenta. “Cuando llueve mucho se desborda un arroyo y a veces cruzamos con el agua hasta la cintura”, recuerda. “Tengo un perrito que se llama Chino, que todas las noches me esperaba en la ruta y me acompañaba durante los primeros tres años”, agregó.

“Una vez me arrodillé ante Dios y le pedí trabajo, por lo menos para comer. Tengo mucha fe en Dios. Poco después, pude entrar como aprendiz en la Itaipú junto a otros compañeros. Pero tuve que mudarme a Hernandarias, alquilar una pieza y el salario mínimo que cobraba tenía que gastar en comida, alquiler y para movilizarme. Igual, no me alcanzaba, pero aprendí bastante allí”, siguió. Leonardo señaló que su ideal es que otros no tengan que pasar por lo que él pasó, por querer estudiar, que por lo menos tengan comida suficiente. “En mi caso, mi mamá no lee y mi padre apenas puede leer, tengo ocho hermanos y soy el único que podré abrir la puerta para que no pasemos más necesidades”, recordó.

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