02 feb. 2025

Necesitamos hablar de las reformas necesarias para avanzar hacia el desarrollo

Con la caída de la dictadura nos permitimos aspirar a mejores condiciones de vida en el marco de la vigencia de valores democráticos. Los cambios no fueron pocos desde las condiciones en que nos dejó el periodo dictatorial y las décadas siguientes. En las últimas tres décadas se han reducido todos los tipos de pobreza, el analfabetismo, las tasas de mortalidad y aumentaron la cobertura de agua potable, de energía eléctrica, los años promedio de vida, la calidad de la vivienda, entre otros indicadores fundamentales para el bienestar.

No obstante, esas mejoras fueron lentas, algunas incluso llevan estancadas desde hace unos años, y no permitieron universalizar ningún servicio público. Hay numerosas deudas pendientes en materia de cobertura en las poblaciones rurales, en situación de pobreza, indígenas, las mujeres y la juventud. Los promedios nacionales esconden la realidad de estos grupos sociales.

La calidad de los servicios es la segunda deuda de la democracia con la ciudadanía. Las evaluaciones PISA, el alto gasto de bolsillo en salud, las deficiencias en la potabilidad del agua, los cortes de energía eléctrica, la baja cobertura de la seguridad social, nos muestran que las políticas económicas, de educación, de salud, agua, energética, de protección social y de empleo tienen grandes desafíos.

Más allá de las coberturas y de la calidad técnica, son preocupantes los modelos. Estamos hablando de políticas públicas que en su gran mayoría fueron diseñadas el siglo pasado y no han pasado por procesos de reforma que incorporen los profundos cambios por los que está pasando la sociedad paraguaya.

Un buen ejemplo es el de la reforma educativa realizada en 1992. ¿La niñez y juventud actual piensa, siente, tiene las mismas aspiraciones que la generación de los 90?, ¿el mercado laboral es igual a 30 años atrás?

En el caso de las mujeres caben preguntas similares. Ahora que tenemos el nuevo censo que nos ha mostrado una significativa caída de las tasas de fecundidad y que a través de las encuestas ya veníamos observando cambios en las estructuras familiares y un aumento sistemático de la jefatura de hogar femenina. Evidentemente, las mujeres no son las mismas.

A la caída del número de hijos por mujer se agrega el envejecimiento de la población que pone presión al sistema de salud y a la seguridad social. ¿Está preparado el sistema de salud para atender personas mayores? ¿tenemos un sistema de cuidado que garantice calidad de vida para las personas mayores y oportunidades económicas para jóvenes y personas adultas trabajadoras?

Ni mencionar la seguridad social, con sus primeros programas que son de inicios del siglo pasado y los mas importantes de mediados del siglo. Si bien se han promulgado unas 20 leyes con el supuesto objetivo de ampliar la cobertura, lo cierto es que es cada vez es más necesario apelar a transferencias no contributivas y al financiamiento del déficit de la caja fiscal vía impuestos generales para garantizar coberturas mínimas e insuficientes en términos de calidad de vida en el caso de las pensiones alimentarias para personas mayores. Pasaron entre 75 y 100 años desde la instalación de los primeros programas sin que hayamos hablado de coberturas universales.

La sociedad cambió en múltiples sentidos en las últimas décadas. La única reforma importante ha sido la educativa hace más de 30 años. En otros ámbitos de la política social y económica se observan una reforma inconclusa en salud, reformas superficiales y coyunturales en la protección social contributiva (seguridad social), incorporación de programas puntuales en la protección social no contributiva.

Es sumamente llamativo que en un país donde la política hace un uso grandilocuente del trabajo, el emprendedurismo, la “kuña guapa” no existan políticas productivas, industriales, laborales, de cuidado o dirigidas a las mypimes con objetivos y mecanismos explícitos que se traduzcan en empleos con acceso a seguridad social, capital social o inclusión financiera.

Las estadísticas nacionales muestran un peligroso estancamiento social y económico en algunos indicadores, retrocesos en otros y ralentización de las mejoras en otros. A nivel regional, Paraguay no se movió en el presente siglo del grupo de 7 países de menor nivel de desarrollo en la región.

Esto es así porque nuestras políticas públicas no han acompañado las profundas transformaciones demográficas, sociales, económicas y culturales por las que está atravesando el mundo y Paraguay. Necesitamos hablar de las reformas necesarias.

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