Para colmo, en estos días, recibió dos pésimas noticias. La primera fue que la Contraloría General de la República presentó a la Fiscalía un aplastante informe que confirma que el dinero de los bonos fue desviado, violando la Ley Orgánica Municipal. Ya hay fiscales investigando el caso. La segunda fue la exposición pública de la impudicia de su ex jefe de Gabinete y mago de las inversiones, Wilfrido Cáceres. Se descubrió que logró acumular un millón de dólares en bienes comprados en plena pandemia, cuando su sueldo de funcionario municipal era de G. 18 millones.
Los noticieros televisivos volvieron a mostrar imágenes del allanamiento de otra esplendorosa propiedad suya, reavivando una duda colectiva: ¿De dónde sacó tanta plata? Es una pregunta muy parecida a la que la gente le hace desde hace semanas a Nenecho: ¿Dónde está la plata? ¿Será posible que su hombre de confianza se haya vuelto súbitamente millonario sin que su jefe se entere o que, pensando lo peor, no participe?
Hasta los sumisos asuncenos se sublevan ante las infantiles explicaciones del intendente y la evidencia de que parte de este monumental desvío de fondos ocurrió mientras había miles de ellos enterrando familiares muertos por Covid, y quedándose sin nada.
Nenecho se ha convertido en una papa caliente, un problema incómodo y de difícil solución que hay que trasladar a otro lo antes posible. Los paraguayos preferimos la expresión “pelota tata”, por el ígneo juego típico de San Juan. Y no es para menos, pues la cifra de lo extraviado es estrafalariamente alta: G. 500.000 millones.
Cuando hay tantos ceros cuesta dimensionar el monto. Eduardo Nakayama publicó en las redes una comparación interesante con otros casos de corrupción. En el caso del ex rector de la UNA Froilán Peralta se hablaba de G. 1.225 millones; en el del ex diputado Miguel Cuevas, G. 5.600 millones; en el del ex gobernador de Central Hugo Javier, G. 18.300 millones; en el del fallido Metrobús, G. 217.000 millones. Si sumamos todos estos casos no llegamos ni a la mitad de lo supuestamente perdido por Nenecho.
Ahora, hay que diferenciar el camino judicial del político. En el primero, hay estratagemas que favorecen al intendente. Ya recurrió a algunas, según se supo por un descuido de su padre, el camarista Óscar Rodríguez Kennedy. Acudió al Tribunal de Cuentas, una instancia mucho más domesticable por presiones políticas y donde el trámite podría durar años. También tratará de alargar lo que pueda la investigación fiscal. Además, pretende que el concejal Álvaro Grau sea declarado “litigante de mala fe”. A propósito, este es el único opositor en la Junta Municipal, que denuncia con energía esta feria de cosas raras con dinero público. Los demás son exasperantemente modositos. Opositores, dije, no me refería a Augusto Wagner y su pandilla pseudoliberal.
El otro camino, el de la política, es más espinoso. Exhalando desconfianza en cada declaración, Nenecho ve cómo su capital político se desangra. No es el único culpable de este embrollo, pero nadie quiere ser apuntado como cómplice, a pesar de que una gran mayoría de colorados y satélites aprobaron sin cuestionar los balances de los últimos dos años. Ahora se resisten a aprobar un nuevo crédito y se ausentan en su informe de gestión. En poco tiempo negarán ser sus amigos.
Las elecciones municipales se acercan y el desprestigio de Nenecho será un ancla muy pesada para la campaña de Honor Colorado. Se acompaña al correligionario fallecido hasta el cementerio, pero nadie se entierra con él. Por eso, Nenecho huele a fritura.