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Divertir a los niños e intrigar a los adultos, esa es la labor de Nizugan, el pionero en magia e ilusionismo en Paraguay, que celebra 6 décadas de trabajo, con el mismo entusiasmo y dedicación que en sus inicios. “Me inicié cuando muy pequeño; mi papá era mago, le decían el Mba’e Kuaa, y si bien nunca subió al escenario, tenía fama en los cumpleaños, sus números eran de apuestas, como hacer desaparecer migas de pan debajo de pañuelos, el famoso pasa pasa o poner un billete entre una botella y un vaso y sacarlo con una mano sin tocar los bordes”, rememora el artista, que también tuvo en su familia a un cantante lírico, uno que hacía sombra chinesca y otro primer actor de la compañía de Luque. “Se ve que de ellos yo absorbí y aprendí de todo”, asegura Nizugan, nacido el 5 de noviembre de 1937 en Luque.
El amor al arte ya lo traía en las venas, y supo acrecentar esa pasión a través de una carrera, la que le dio y le sigue dando muchas satisfacciones. “Una de las cosas que más me alegran es ir a los cumpleaños de una niña que es hija o incluso nieta de una persona cuyo cumpleaños animé”, dice.
Inicios. La formación de Nizugan es autodidacta. Aprendió sus primeros trucos a través de revistas de magia y libros de dos autores: Musarra y Keselmann. Años más tarde sumó congresos alrededor del mundo y especializaciones. “En una de las revistas aparece un anuncio sobre un congreso de magia en Buenos Aires, en el año 1962, y yo me inscribí –vía carta– sin saber siquiera lo que era un congreso, porque decía que iban a estar los más grandes magos del mundo, tenía menos de 20 años”, recuerda al tiempo de mencionar que partió sin saber mucho. “Llevé dos valijitas, me recibió una tía que vivía allá porque yo no conocía nada, me indicó cómo ir, que del subte bajara en la avenida 9 de Julio. Al llegar allí quedé sorprendido porque yo venía de Luque donde apenas había 4 buses, y ahora estaba en frente a ocho carriles de vehículos. Ni sabía cómo cruzar”, recuerda entre risas.
Cuando llegó ya había iniciado el congreso y el destino lo llevó a sentarse en medio de dos experimentados magos: Musarra y Keselmann, sus únicos referentes de magia que él tenía en ese entonces. “Empezaron a preguntarme qué trucos sabía y cuando se dieron cuenta de que conocía todo el libro me invitaron a tomar un café, y ya me presentaron a los demás como su alumno (...), me abrieron las puertas, si no, nadie me iba a conocer”.
A partir de allí, su ascenso fue sostenido y 60 años después sigue manteniendo la misma pasión que le abrió camino al inicio de su carrera.