Los hermanos Óscar –presidente de seccional, parlamentario– y Ramón –usurero, dirigente deportivo– eran los troncos de un frondoso árbol familiar que dominaba la ciudad de Luque y copaba cargos en múltiples instituciones.
Entre el clientelismo y el apriete prestamista acumularon durante décadas un patrimonio descomunal. Los liquidó su insaciabilidad.
En 2010 periodistas de Última Hora evidenciaron que Óscar tenía en Luque 65 casas, edificios y quintas, pero que no pagaba un centavo por impuesto inmobiliario. Se hablaba de muchos otros predios que figuraban con prestanombres. En realidad, el que tenía más casas era su hermano Ramón.
Ya entonces los hermanos eran intocables.
Cuando Óscar llegó al Jurado de Enjuiciamiento de Magistrados (JEM) la ecuación se volvió perfecta. Desde allí, durante años, tendría arrodillados a jueces y fiscales, los extorsionaría, los usaría como cobradores de las estafas usurarias de su hermano, ambos tendrían impunidad y la venderían a buen precio a quien la requiriese.
Sea por miedo, sea por lucro colateral con sus actividades delictivas hubo muchos que miraban para otro lado. En casi todo Luque, en la sociedad paraguaya, en el ámbito político, en la magistratura, pese a las denuncias de la prensa, pese a los escraches de unos pocos, siempre hubo reverencias hipócritas y cobardes a los González Daher. Con el aura del poder y el dinero, Ramón fue vicepresidente de la APF y Óscar, senador, protegido por Horacio Cartes y “el árbol que da frutos” de Santiago Peña.
Pero un día aparecieron los audios más fatídicos de la historia paraguaya. Los que salieron del celular de Fernández Lippmann, el secretario de Óscar, desnudando el tráfico de influencias que ejercía desde el JEM. Era diciembre de 2017 y, desde entonces, todo se fue al diablo.
No tardó mucho para que Óscar fuera destituido del Congreso, imputado y terminara en prisión domiciliaria.
La FIFA, por su parte expulsó a Ramón –a quien en Paraguay nadie osaba molestar– de la dirigencia del fútbol. En 2019 Óscar fue señalado como “significativamente corrupto” por los Estados Unidos. En agosto de 2021 fue condenado por corrupción, pena que no llegaría a cumplir por morirse súbitamente dos meses después.
Ahora Ramón fue condenado a 15 años y se trata, sin duda, de un hito de la justicia paraguaya. Hubo jueces que se animaron a dictar sentencia. Hubo un trabajo periodístico enorme. Hubo valentía de un puñado de ciudadanos. Hubo una oportuna presión norteamericana. Pero también hubo demasiados cómplices de los González Daher como para pensar que con la entrada de Ramón a Tacumbú se termine todo.
Ya el Tribunal de Sentencia que condenó al prestamista había solicitado que se investigue a su esposa, Delcia Karjallo, a la abogada Emma González Ramos y a Roberto Garcete, ya que serían piezas claves en las más de 500 denuncias falsas contra personas que habían prestado dinero y terminaron estafadas. El Tribunal también sugirió que se investigue a una treintena de jueces y fiscales que se habrían prestado al esquema. Por de pronto, solo el JEM ha iniciado tímidamente el enjuiciamiento a cuatro fiscales de Luque: Silvio Alegre, Rodolfo Centurión, Fátima Villasboa y Mirtha Ortiz.
Es un gran paso contra la impunidad enviar a la cárcel a este usurero. Eso debe celebrarse. El rastro de dolor que dejan las andanzas de Ramón serán relatadas, quizás, algún día, por algún escritor luqueño. Pero no hay que olvidar que no actuó solo. Por eso, no es justo que este solo en su celda.