Es un signo de aliento, a sabiendas del atávico déficit en servicios públicos (agua y luz, principalmente) que siempre se ven colapsados.
El rosario de angustias de barrios enteros sin el elemento para beber o asearse, sin poder encender un solo ventilador, hablan a las claras de cómo la corrupción estatal corroe las posibilidades para que se pueda gozar de esos derechos fundamentales.
Frente a lo que se aspira para desarrollar una vida más llevadera, aparecen –no obstante– fenómenos adversos que ponen los pelos de punta a la gente: con la llegada de las lluvias, multiplican su impacto los raudales, el caos en el tránsito, los autos llevados por la correntada, semáforos que colapsan y se alcanza el otro extremo del quebranto, al no haber buen alcantarillado.
A esto se suman los cortes de luz por los mínimos vientos que desprenden cables inadecuados, perpetran caída de árboles antiguos y nuevamente se instala el caos, generando renovadas perturbaciones en el ánimo de los usuarios.
Si sumamos el periodo en que por las crecidas en los cauces hídricos de Brasil se inaugura el tiempo de inundaciones, otra vez se instala en la realidad de los bañados el vía crucis del desarraigo, con el éxodo de familias desfilando con sus pertenencias a refugios precarios, con casi nula asistencia estatal.
La falta de calibre para que los ciudadanos puedan gozar de una vida plena también se evidencia en los espacios públicos, principalmente en los masivos, como la Costanera. Por décadas se retrasó ese proyecto y, cuando por fin pudo ser inaugurado, comenzaron a aparecer los inconvenientes nunca resueltos por las instituciones a cargo: asaltos en las zonas sin iluminación y hasta la reciente muerte de una joven, quien se electrocutó al apoyarse por una columna de alumbrado público.
El vaivén de los extremos que nunca benefician a la mayoría también puede expresarse en la desazón de quienes fueron viendo cómo sus allegados sucumbían ante la pandemia, cuando aún no llegaban los inoculantes. El drama fue total en este caso, con las elevadísimas y tristes cifras diarias que colapsaron al sistema público de salud.
Pero cuando por fin vinieron las donaciones (mayoritariamente) y aún hay que seguir vacunando a franjas poblacionales vulnerables, muchos ya se relajaron, perdieron la memoria y dejaron de cumplir con el esquema completo o bien descreen de la efectividad de las vacunas, dejándose llevar por una propaganda sin rigor científico y también –es una hipótesis personal– por observar cómo las autoridades se mofan imponiendo restricciones a la mayoría, mientras continúa el carnaval de malversaciones en los elevados círculos del poder.
Con todo lo expresado, es una tarea titánica llegar a un punto de equilibrio por lo menos en alguna faceta de la existencia como sociedad, golpeada por décadas de abandono y resquebrajamiento de las instituciones que deben velar por los derechos y la seguridad de todos. No hay un punto medio, en definitiva, ni tiempo de relativa primavera que brinde un poco de esperanza, ya que ni la Albirroja podrá asistir al mundial este año, aunque sea para brindar una miel pasajera al espíritu futbolero.
Uno se pregunta qué nos espera en los próximos meses, si solo en enero la batería de golpes nos instaló en un calor extremo, nos obligó a inhalar el humo de los incendios provocados, nuestro grifo apenas goteó algo de agua y habrá quien sufrió la baja de sus electrodomésticos, con los cortes de energía eléctrica.
Frente a la opción de prender velas (para divisar algo en la oscuridad en cada corte, o para elevar plegarias) se tiene la excelente oportunidad de pensar a quién se confiará, mediante el voto, en las próximas elecciones, ya que muchos de los mismos actuales volverán a plasmar su deplorable actuación pública.