04 dic. 2024

No nos engañemos

Los hermanos Daher.
Ramón González Daher - Óscar González Daher

Foto: Archivo UH.

Un bien acomodado burócrata anodino, metido a presidenciable eterno por influencia del capricho y los dólares de su patrón, había legado a la posteridad la metáfora de que el clan González Daher daba frutos buenos. Ahora resulta que se demostró un secreto a voces: el árbol luqueño estaba podrido en toda su patética extensión.

Pero no nos engañemos. Detrás de ese árbol podrido hay un bosque sórdido tan putrefacto como la madera auriazul. Ahora estos silban bajito y se hacen de los desentendidos esperando que pase el ventarrón y que el clan sirva como chivo expiatorio. Aguardan que el árbol caído no nos deje ver la hedionda espesura.

El esquema criminal de los González Daher tenía dos puntales perfectamente establecidos y aceitados. El extinto Óscar era el ariete político y el condenado Ramón era el de la vil usura, el acoso infame al deudor, las denuncias apócrifas y la apropiación mafiosa de bienes.

Eran dos caras de una misma moneda; la que fue forjada con la escoria más sucia de la clase política local. Desde sus puestos legislativos el desaparecido líder colorado tejió una serie de maniobras que le dieron poder e influencia. Esas artimañas las utilizó para enquistarse en la Justicia y someterla con lascivia enferma, usando al Jurado de Enjuiciamiento de Magistrados como garrote. Los González Daher son el producto de lo más cínico y nefasto de nuestra política y, de acuerdo con los indicios revelados, lo son también de nuestra Justicia,

Pero no nos engañemos. Ellos y sus secuaces actuaron con descarada impunidad, haciéndose ricos y malvados por gozar de privilegios de casta, debido a que una ciudadanía estupidizada les regalaba la posibilidad de ocupar cargos públicos a cambio de unos espejitos. Los más avispados accedían a cargos oficiales donde debían devoción y servilismos al clan. En Dinac y la Municipalidad de Luque también silban bajito para que no se aviven e investiguen los negocios oscuros –aunque algunos eran de contenido blancuzco, dicen las malas lenguas– que se labraban en esas dependencias.

Pero no nos engañemos. Este escándalo no se destapó por un ánimo purificador de un alma generosa que desinteresadamente posó en esta tierra candente y colorada de bosques podridos. Detrás de esto, insisten algunos esbirros de los entresijos políticos, está la venganza de un decaído actor porno que en sus ratos libres hace de senador. Si el videíto de ese trío –cuyas actrices siguen cobrando del erario– quedaba en la intimidad de un encuentro lúbrico quizás el clan seguía con la usura y de paso mantenía a la Justicia como madama.

La jueza principal del caso de Ramón tuvo la valentía y la decencia de dar la cara y pedir disculpas por la actuación cómplice de fiscales y jueces, incluidos altos magistrados de la Corte. Pero no nos engañemos. Sin dudar de la referida jueza, el acto de contrición institucional y la condena aleccionadora quizás no hubieran sido posibles sin la oportuna presión (para usar un término comedido) de la Embajada de los EEUU.

Las Constituciones no hacen fuertes a las democracias. La fortaleza se da por los acuerdos tácitos que todos respetan. Y la libertad y probidad de la Justicia deben ser uno de ellos. Pero no nos engañemos, estamos lejos de ese objetivo.

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