En la víspera celebramos el Día del Niño en nuestro país. Una historia trágica nos lleva a rendir tributo a uno de los dones más preciados de la vida: Los niños.
Y de ellos se habla mucho y en todas partes. Son incluidos en discursos políticos y sociales, y en más de una ocasión son “instrumentalizados” para todo tipo de fines.
Mencionar la niñez o levantar a un niño o una niña en un mitin o evento cualquiera, siempre queda bien.
En muchas ocasiones, también se ha transformado en materia de políticas públicas y privadas que terminan beneficiando a las organizaciones y sus promotores más que a ellos mismos. Convengamos, sin embargo, que no se trata de una problemática fácil de abordar.
La infancia es una de las “reservas” más puras de inocencia, autenticidad y libertad que quedan y conmueven en el mundo de hoy.
Un valor a ser custodiado en un mundo de confusiones y relativismo, en donde la fragilidad de pensamiento y la falta de madurez y sentido de la vida afectan a muchos adultos.
Y es por este gran valor que tienen estos seres humanos en crecimiento y con gran potencial, que tristemente los niños se han convertido en objetivos directos de la poderosa maquinaria que mueve la publicidad, las ideologías y la moda a nivel mundial.
Una presión mediática potente, con filmes y contenido en redes, está olvidando que el niño no es adulto. Una lógica perversa que no respeta las etapas que naturalmente deben transitar para sostener un desarrollo emocional progresivo, como corresponde. Forzar no ayuda. Cada escalón tiene su función, exigencia y limitación.
Y es así que apuramos a que se vistan como adultos, toleramos actitudes y lenguajes inadecuados a su corta edad, o le planteamos problemáticas que solo existen en la cabeza de los mayores.
En muchos cumpleañitos no falta el reguetón del momento, con letras cargadas de violencia y sexo, y nos olvidamos quiénes son los que lo consumen; normalizamos los sensuales bailes y el popular “perreo” que inocentemente imitan ante el aplauso y la risa de los adultos presentes. Inconsciencia e ignorancia.
Convivimos con una corriente de pensamiento que promueve la sexualización o hipersexualización de la niñez, a través de expresiones, lenguaje, posturas y código de vestimenta; con la relativización de su sexo biológico y la imposición de una sexualidad adulta que no encaja con la realidad emocional, sicológica ni física de los chicos.
No perdamos a los niños ni forcemos su desarrollo alentando el salto de etapas, que siempre serán únicas, valiosas, irrepetibles e irremplazables.
No perdamos a los niños, necesitamos de ellos y su sencillez. Son fuente de inspiración y nos enseñan a mirar la vida con la alegría que muchas veces no tenemos, a sorprendernos en la realidad cotidiana. En medio de la rutina o precariedad siempre hay algo que descubrir y con el cual jugar y hacer del momento algo especial.
Con ellos vemos cómo un avión de papel se convierte en un Boeing 747; una botellita en un Fórmula 1 y la tierna sonrisa y con un abrazo en la poderosa medicina que sana y perdona todo, cuando finaliza el día.
Tenemos mucho que aprender de nuestros niños, y tanto que custodiar de sus corazones.
La niñez es responsabilidad de los adultos; de los padres y la familia, en particular, pero también de la sociedad en general.
Cuidar a los niños, física y emocionalmente, fomentar su desarrollo y proteger su dignidad es una urgencia de la sociedad. Vale la pena jugarse por ellos, crecer con ellos, caminar con cada uno.
No perdamos a nuestros niños. Son el presente y también nuestra esperanza; un don incalculable y preciado del que –tarde o temprano– debemos rendir cuentas.