La noticia de que nuestro país aparece como el segundo más corrupto en Sudamérica es penosa y frustrante. El índice de percepción de la corrupción 2024 de Transparencia Internacional ubica al Paraguay en la posición 149 de un total de 180 países con mayor nivel de corrupción; por tercer año consecutivo, ocupamos el segundo puesto, por detrás de Venezuela. Esta es la peor puntuación del país en la última década. Para todas aquellas personas comprometidas con el país y con el bienestar de su gente, esta es una muy mala noticia.
Si bien el dato en sí de ocupar el segundo lugar entre los más corruptos es de por sí una muy mala noticia, el panorama completo se muestra todavía peor, cuando se aclara además que esta es la peor puntuación del país en los últimos 10 años. En cuanto a corrupción no solamente no logramos vencerla, sino que cada año empeora la situación.
Además de los datos, existen otras variables que se consideran, como explicó el ex ministro Anticorrupción René Fernández y refirió que el informe hace un análisis integral del país en distintos aspectos y considera distintos indicadores nacionales, entre los cuales se encuentra también la criminalidad y su vinculación con la corrupción. En este sentido apuntó que si el poder político dicta el sentido de los fallos o ejerce una injerencia relevante y sistemática en el funcionamiento del sistema de Justicia, esto tiene una incidencia negativa en el informe. Como bien señala el informe 2024 de Transparencia Internacional, “la corrupción en las Américas ha permitido que el crimen organizado opere con libertad de acción e impunidad”.
Hace dos años, una publicación de la Universidad de Cambridge, Política criminal y desarrollo chapucero en la América Latina contemporánea, señalaba que el crecimiento falseado de la economía por la contaminación del mercado con recursos ilegales provenientes de organizaciones criminales en complicidad con la política incidía hasta en el PIB. Según este reporte, el dinero narco está presente en el sector inmobiliario, ganadero, cooperativas, etc., y el costo real es una sociedad a merced de la corrupción, violencia y decadencia institucional. La conclusión del reporte subrayaba que las organizaciones criminales crean un Estado, que se fortalece en las falencias del Estado.
La corrupción; sin embargo, no apareció de la nada, es el resultado de décadas de politiquería, clientelismo y prebendarismo. Y es también el fruto de la impunidad.
Recordemos que en el Paraguay, durante la pandemia del Covid-19 hubo autoridades y funcionarios que buscaron obtener provecho personal de la situación crítica que vivía el mundo. Así, mientras miles de paraguayos y paraguayas padecían por la falta de insumos y medicamentos, y por las deficiencias de nuestro sistema de salud, mientras sufrían por la falta de camas de terapia intensiva y respiradores y morían en los pasillos de los hospitales, aquellas autoridades y funcionarios intentaban estafar al Estado. Muchos de ellos siguen estando impunes.
Debemos entender pues que la corrupción y los índices que tanto avergüenzan a los paraguayos y paraguayas de bien, no son una abstracción ni tampoco una invención, son realidades, y una realidad categórica es que la corrupción mata, la corrupción nos empobrece.
Para cambiar el país, para cambiar la imagen que el mundo tiene de nosotros debemos luchar en contra de la corrupción que está enraizada en las instituciones y contra la impunidad que nos han llevado a ser este país, vicecampeón en corrupción e inficionado por la mafia y el crimen organizado.