Sin embargo, en los últimos meses, los ataques se intensificaron.
Mientras el presidente de la República dedicó los 12 meses del año a viajar en busca de una anhelada inversión extranjera que nunca llegó –aunque sí trajo promesas–, el país vivió una cadena de eventos desafortunados que resultaron en retrocesos democráticos y un debilitamiento de las garantías de derechos fundamentales.
Algunos de los hitos más alarmantes incluyen la aprobación de la ley garrote, una mordaza para las oenegés impuesta sin debate ni reflexión; la retirada de confianza al embajador estadounidense tras anunciar nuevas sanciones contra Horacio Cartes; y el polémico traslado de la Embajada paraguaya de Tel Aviv a Jerusalén, en medio de un recrudecimiento bélico y condena internacional al Estado israelí.
Pero quizás lo más preocupante de este 2024 es el temor del gobierno a las palabras.
“Lo que no se nombra, no existe”, afirman quienes entienden el poder del lenguaje para moldear la realidad. Este gobierno parece haber abrazado esa idea: renombró proyectos y leyes, proscribió la palabra género y evitó siquiera mencionar la transformación.
La joya de la corona de este turbulento año llegó con un comunicado desacertado de la Oficina de la Primera Dama, que invitó a celebrar las fiestas navideñas en “la plaza al lado del Palacio”. Ese espacio es oficialmente la Plaza de los Desaparecidos, un lugar que reivindica la dignidad de las personas desaparecidas y abusadas durante la dictadura de Alfredo Stroessner.
No es la primera afrenta contra este lugar simbólico. Semanas antes, la artista Ruth Flores fue víctima de un acto vandálico protagonizado por Vanessa Vázquez, una creadora de contenido digital conocida por aplaudir indiscriminadamente las acciones de un grupo político que, según rumores, se reúne en el quincho de una residencia en la avenida España.
La respuesta ciudadana no se hizo esperar.
Organizaciones y militantes por la memoria inundaron las redes sociales con pronunciamientos. Uno de los más contundentes fue el del CAV/Museo del Barro: “La Plaza de los Desaparecidos es un símbolo de la memoria ciudadana, la verdad y la justicia en Paraguay, y recuerda a las víctimas del autoritarismo y el terrorismo de Estado promovido por la dictadura stronista del Partido Colorado. Alterar su denominación, aunque sea de forma temporal, atenta contra el significado histórico y colectivo de este espacio”.
La indignación trascendió las pantallas. El jueves 26, alrededor de una centena de ciudadanos autoconvocados se reunió en la plaza para defenderla.
Como en cada 2 y 3 de febrero (derrocamiento de Stroessner o La Noche de la Candelaria), 30 de agosto (Día Internacional de las Víctimas de Desapariciones Forzadas) y 10 de diciembre (Día Internacional de los Derechos Humanos), la ciudadanía volvió a este sitio para expresar su rechazo al atropello.
La memoria es resistencia. En Paraguay, la historia no puede borrarse ni reescribirse, aunque los intentos por silenciarla sean persistentes.