Los comunicados de las coordinadoras coloradas de funcionarios públicos, en días recientes, de apoyo incondicional a su líder Horacio Cartes, como respuesta a las sanciones financieras impuestas por el Gobierno de los Estados Unidos al ex presidente de la República Horacio Cartes y actual presidente de la Asociación Nacional Republicana (ANR) Partido Colorado, nos remontan a los nefastos días de la dictadura de Alfredo Stroessner, que gobernó el país por 35 años con sangre en las manos y con el aplauso de sus aduladores, quienes convirtieron la glorificación del dictador en una profesión.
Precisamente, la captura y el copamiento de las instituciones del Estado paraguayo por parte del Partido Colorado fueron los pilares de la dictadura. Y la identificación del partido con el gobierno es una perversión que no hemos logrado superar. Esos factores fueron el germen del clientelismo, una fórmula que ya los mantiene por siete décadas en el gobierno.
El Paraguay ha hecho esfuerzos por no repetir su pasado stronista, para no volver a ser aquel país que vivía en las sombras del autoritarismo, donde las violaciones a los derechos humanos eran una constante, donde se perseguía a todo aquel que pensara diferente, donde la normalidad eran las persecuciones arbitrarias, los secuestros, las torturas y las desapariciones, y la libertad apenas una palabra en desuso. La dictadura dejó una secuela de 425 desaparecidos, detuvo ilegal y arbitrariamente a casi 20.000 personas y forzó el exilio de más de 20.814 paraguayos, según un informe de la Comisión de Verdad y Justicia. A diferencia de otros países, en Paraguay los violadores de los derechos humanos, los asesinos, torturadores y quienes se apropiaron ilegalmente de propiedades del Estado paraguayo quedaron sin castigo por fallas de nuestra Justicia.
La democracia no ha sido perfecta. Seguimos siendo un país tremendamente desigual y con corrupción, pero esta democracia imperfecta, sin embargo, siempre será mejor que la dictadura.
El mejor homenaje a quienes hicieron grandes sacrificios por la construcción de esta democracia es tener siempre presente las deudas que mantenemos. Una de ellas es que debemos cambiar la cultura política, una tarea fundamentalmente de la educación, y en este punto se debe admitir que en el rubro educación se ha fallado gravemente.
Otra de las deudas, junto con la educación, son la falta de una salud pública universal y los altos niveles de pobreza. Nuestra transición ha sido una sucesión de gobiernos que no han logrado satisfacer las demandas y necesidades ciudadanas de mejores niveles de vida. Sin salud pública para la población, esta debe recurrir cotidianamente a la solidaridad de las rifas y polladas. Capítulo aparte merece mención el problema de la tierra, un tema cuyo debate profundo le falta a esta democracia, que a menudo en estos 34 años ha desembocado en conflictos sociales, expulsión de comunidades vía desalojos violentos. Sin embargo, somos un país productor y exportador de alimentos que mantiene altos niveles de pobreza y desigualdad, y ubicados entre los países de mayor deforestación a nivel mundial.
Todas estas deudas deben ser saldadas. Pero la más importante amenaza a nuestra democracia actualmente son la corrupción y su hermana la impunidad, así como también la irrupción de la mafia, el narcotráfico y el crimen organizado en nuestras instituciones.
Hace dos años, en el ránking de las democracias de la región, elaborado por The Economist, nuestro país obtuvo una pésima calificación y fue ubicado entre los países con democracias defectuosas. Son precisamente esos defectos los que han permitido el copamiento de las instituciones por la mafia. Cambiar eso es el gran desafío que tenemos por delante.