21 oct. 2024

Nuevo desarrollismo

Producir riqueza verdadera es un proceso técnico de articulación social de seres humanos con diversas capacidades y metas en una organización con planes y jerarquías.

Pasé gran parte de mi vida profesional trabajando en industrias, donde “el limón se transforma en limonada” (es una metáfora). Producir, de hecho, es también un proceso de aprendizaje y de aplicación de conocimientos donde, según la visión neoclásica, la mayor parte del proceso productivo y de crear riquezas se da y se dio por fuera del empresario o de la firma. Pocos lo saben. Muchos no quieren entender. Tuvo que llegar Mariana Mazzucato con su libro El Estado emprendedor dándonos un mazazo en la cabeza para que nos percatáramos de que los celulares y las vacunas, imprescindibles en la vida posmoderna, nacieron con inversiones públicas.

LA RIQUEZA SOCIAL. Capacidades de producir y de consumir se aprendieron previamente en la escuela, en los juegos del colegio, en la familia y en las universidades. Saber leer, escribir, usar un cajero automático, smartphone, comprar y pagar, repetir operaciones en una fábrica, son capacidades tácitas que están en un stock que fue creado y pagado por la sociedad que cría a un trabajador y consumidor en una familia y, posiblemente, que lo educó en una escuela pública con el lenguaje, el manejo de las matemáticas, donde una madre y un padre ayudaron a hacer los deberes, se supone, etc. Las familias habitan ciudades donde, hipótesis, el Estado provee servicios básicos de agua, saneamiento, energía, salud, educación, etcétera, para poder convivir saludablemente. Queremos todo eso.

Hay gente que dice que el Estado no produce riqueza. Desde hoy debe cambiar de opinión. Veamos, sobre todo si son empresarios financieros, por ejemplo, en un país donde la gente aprendió mínimamente a leer, sumar y restar a duras penas –por eso es fácil engañarla con la tasa de interés compuesta– en escuelas públicas mal equipadas y con pésimos docentes, y aún así pueden usar los cajeros automáticos y las billeteras digitales, que hacen ganar fortunas al sistema financiero.

La comunidad pagó esas competencias, que aprovecha el empresario para vender sus servicios, con impuestos y tiempo. Este capital implícito suele ser subvalorado porque la gente y el emprendedor no interpretan correctamente cómo funciona el proceso productivo y cómo se intercambian conocimientos aplicados en un mercado. De ahí que la familia y el Estado tienen también un papel muy importante, tal como el del empresario schumpeteriano innovador, en el proceso productivo.

LA MATRIZ DISFUNCIONAL. El problema es la oferta política de mala calidad constituida por gente corrupta, que es votada. Ejemplo, un Estado que produce mala calidad y poca cantidad de bienes públicos es un emprendedor ineficiente que exporta pobreza. En el Paraguay, las remesas suman más de 621 millones de dólares enviados en el 2023 por los emigrantes desde el exterior a sus familiares. Esta gente redistribuye ingresos en el Paraguay, más que la propia Itaipú, que en el 2023 apenas generó 535 millones de dólares al país. Si no queremos perder a la familia como institución, despedazándola con la emigración, por razones económicas a España, por ejemplo, urge un proceso de industrialización del país, conforme a estudios del colega Julio Fernández que está realizando algunos trabajos para la UIP.

La matriz productiva que solo extrae riqueza de la tierra no da más. En el Paraguay se produce en modo fácil, extractivista sin instituciones sólidas –como dicen los nuevos ganadores del Premio Nobel de Economía Acemoglu, Robinson y Johnson–, en vez de generar riqueza de una forma más difícil, pero mucho más eficiente, de la inteligencia humana: La economía del conocimiento, que permea a todos los sectores, la industria, los servicios e incluso a la agropecuaria. En modo altamente dependiente de la naturaleza, alrededor del primitivismo, se crea una elevada volatilidad en el PIB, más aún con el cambio climático, lo que agudiza la imprevisibilidad de cualquier planificación del futuro. El primitivismo se combina con el pobrismo que reparte migajas en modo Tekoporã. Para mitigar la disfunción estructural, el Estado sigue emitiendo deuda pública, mostrando al mercado financiero una falsa salud de triple equilibrio fiscal, monetario y cambiario, que en los últimos años se ha venido debilitando.

El Paraguay crece en modo volátil con una economía que siempre tuvo desequilibrios estructurales, funcionando por debajo del pleno empleo de sus recursos productivos. Como ejemplos, no se consume toda la energía ni se emplea todo el potencial cuantitativo de sus recursos humanos, en gran medida, escasamente capacitados. Hay ociosidad en la mitad de la hidroenergía que le corresponde en Itaipú y el acervo demográfico se está echando a perder, sin convertirse en bono. Entonces, no es que el déficit fiscal, como causa, tenga un efecto negativo sobre el PIB. Es el desequilibrio estructural en la forma de generar el PIB el que crea el triple déficit fiscal, monetario y cambiario. Estas anomalías son consecuencias, no etiologías, de una economía contradictoria que crece, pero sin desarrollo humano.

Acompaña al primitivismo el capitalismo de secuaces, o crony capitalism sin mercado, que está infectado por la afinidad de élites, con puerta giratoria público-privada dentro de un Estado, que está cooptado por élites económicas que lo manejan como un club de exas. Casos recientes en el IPS son la evidencia empírica. Es un esquema de más de 150 años que está agotado, comenzando con los López, Caballero, los Ayala, Stroessner y etcéteras.

LA RECETA. La nueva visión de algunos economistas innovadores con relación al desarrollo tiene tres ejes. El primero de ellos supone que el crecimiento es insuficiente cuando el país ya tiene una renta media y debe abrazar una visión desarrollista. El segundo eje enfoca en la tasa de cambio, donde suele verse un recurrente desequilibrio y sobrevalorización, como uno de los principales determinantes de la inversión, que es castigada para favorecer el consumo. Craso error. El tercer eje tiene que ver con devolver a los gobiernos su papel público de inversor calificado, luego de la ola de privatizaciones que a partir de los años noventa del siglo pasado asoló el planeta encogiendo las obras con efecto endógeno, tanto en la productividad como en la economía en general.

El profesor Bresser-Pereira del Brasil tiene la receta completa. Sirve para el Brasil y es ideal para el Paraguay. Se debe combinar una coalición de clases sociales dentro de un primer eje estratégico desarrollista, es una cuestión de capital social, que no hay; el Estado también debe ser desarrollista en un segundo eje, que amplíe la inversión pública, por ejemplo, en infraestructura física y social, y debemos fortalecer el nacionalismo económico como un eje cultural indispensable. No me refiero al nacionalismo ético ni étnico, ojo con eso.

El Paraguay ha saltado de 3.000 millones de dólares a más de 17.000 millones de dólares en su deuda pública, en especial proveniente del ahorro externo, desde el juicio político que destituyó al presidente Lugo en el 2012, hasta llegar al 2024. HC, MAB y Peña emitieron deuda en modo compulsivo. Hoy ya se pagan alrededor de 1.077 millones de dólares año por intereses sobre este pasivo y hasta el subsidio del transporte público se financia con bonos soberanos. Brutal. La política de crecimiento con endeudamiento externo es nociva porque, en vez de aumentar la tasa de inversión, provoca una permanente valorización de la tasa de cambio en el largo plazo, lo que desestimula la inversión y al mismo tiempo, facilita un aumento artificial de los rendimientos de los capitalistas que, en guaraníes una especie de dólar’i, viven exclusivamente de renta en vez de invertir en el sector real para producir bienes y servicios, estimulando exclusivamente el consumo, lo que a su vez también endeuda a las familias. En pocas palabras, se democratiza algo la demanda, pero no la oferta. No hay industrias en el Paraguay. Es igual con el Estado, gasta mucho e invierte poco. No hay empleo calificado, se emplea poco y no se formaliza el mercado laboral.

CONCLUSIÓN. La nación es un plebiscito a diario, decía Ernesto Renan en 1882 cuando se preguntaba: “¿Qué es una nación?”. El Paraguay es un plebiscito donde, con apenas 10% de presión tributaria, como resultado, se tiene el contrato social roto. Todos saben que los que gobiernan asaltan la cosa pública, por eso no quieren pagar los impuestos. No se valoriza la vida colectiva y nadie confía en un gobierno que pudiera ser para el bien de todos administrando el Estado. La gente sabe que el que tiene el mandato roba o malgasta 1.600 millones de dólares año (BID), a lo que se responde evadiendo 1.900 millones de dólares año (SET), en un comportamiento perfectamente lógico desde la perspectiva de la reciprocidad racional y economicista. Todo normal.

Las élites económicas del Paraguay, que no con precisamente transformadoras materias primas, perdieron su compromiso con el desarrollo conformándose con un crecimiento primitivista, volátil y dependiente exclusivamente de la naturaleza, sin industrialización. Menos aún piensan en la economía del conocimiento. No obstante, los trabajadores de la agricultura familiar campesina que cultivan los horti-fruti, que pierden toda su producción por el contrabando no controlado por el Estado, los trabajadores que son explotados sin salario mínimo ni IPS y los empresarios industriales, todos estos, continúan nacionalistas. Pero, oh sorpresa, creyéndole a los políticos el eslogan doble moral de Dios, Patria y Familia cuando les piden sus votos. Sin embargo, al poco tiempo vuelven a ser defraudados. Y la historia se repite. Urge recuperar el nacionalismo económico y el modelo de cambio de deuda por inversión antes de que sea demasiado tarde. Saludos cordiales.

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