Hay un conflicto que, desde hace unos cuatro años, se arrastra porfiado e intacto, agotando la paciencia ciudadana. Se trata de la intención de construir una universidad en el Parque Guasu Metropolitano de Asunción. Es inentendible que la discusión prosiga sin atisbos de finalizar algún día, sobre todo, porque no parece demasiado complicada.
En 2017, el gobierno de Cartes firmó un acuerdo con el de Taiwán para crear una universidad politécnica, con el fin de impulsar el avance industrial de nuestro país formando ingenieros de alto nivel. El proyecto era, en sí, extraordinariamente interesante, pues permitiría contar con casi 600 profesionales calificados en siete años.
Paraguay se comprometía a pagar la construcción con recursos de Itaipú, cediendo el terreno para la misma y haciéndose cargo de los honorarios de los docentes taiwaneses que impartirían la enseñanza en inglés. Por su parte, Taiwán aportaría dichos profesores, tecnología compleja y los programas informáticos de la carrera. Hasta allí, todo era para aplaudir.
Los problemas comenzaron cuando se dio a conocer que la futura universidad se instalaría dentro del Parque Guasu de Asunción, un espacio público verde de unas 125 hectáreas, propiedad del Ministerio de Defensa. La obra no es pequeña, ocupará un área de once hectáreas, cercenando parte de la ciclovía, una zona de esparcimiento de los usuarios del parque.
El lugar que se pretende ocupar está en el borde del arroyo Ytay y cuesta creer que no cause un impacto vial y ambiental en un lugar tan sensible que, desde hace ya mucho tiempo, requiere protección. Muy pronto, distintas organizaciones ambientales y colectivos de amigos del Parque Guasu señalaron los riesgos del proyecto y solicitaron que se busque otro emplazamiento para la universidad.
Lejos de aceptar la búsqueda de otra alternativa, los directivos de la misma sostuvieron que tal daño ambiental no existe y que el lugar elegido es un yuyal peligroso, donde proliferan drogadictos y ocurren violaciones. A esto, los defensores del parque responden que el sitio es el pulmón de una ciudad con pocos espacios verdes y que conjuga la afluencia de 25.000 personas que utilizan el espacio recreativamente con la conservación de la biodiversidad.
Los de la universidad aseguran que cumplen con la legislación ambiental y que, bien combinadas, tecnología y ecología, pueden convivir en paz. Juran que plantarán 2.000 árboles, que actualmente no existen en el lugar. Los ambientalistas denuncian las irregularidades del estudio de impacto ambiental presentado por la universidad y señalan que en el Parque Guasu se han registrado 225 especies de aves y que, si no hay árboles, es porque el área forma parte de un sistema típico del bosque chaqueño húmedo.
Estos argumentos de ambas partes se repiten sin mayores variaciones desde hace cuatro años. Si un emprendimiento tan valioso como el de la Universidad Politécnica encuentra resistencias provocadas por el lugar elegido para su construcción, el sentido común indicaría que lo más prudente sería buscar uno distinto. Pero no, los que están al frente del proyecto sostienen que tiene que estar allí y en ningún otro sitio. Lo ponen de este modo: si el Gobierno paraguayo no accede a que el edificio se levante en el Parque Guasu la cooperación taiwanesa estaría en riesgo.
Este empecinamiento me parece poco lógico, aunque para nada inédito. Quizá integre esa vieja costumbre nacional de despreciar las reservas naturales, considerándolas baldíos que deben utilizarse para fines más prácticos. Ese parque ya sobrevivió a los intentos de ser transformado en terminal de ómnibus, hospital de emergencias y en un sistema de lagunas de atenuación del caudal de crecidas. Espero que también sobreviva a esta tozudez incomprensible y no sea amputado por una universidad que muy bien podría funcionar en muchos otros sitios.
¿O no hay, acaso, otro lugar apto? La universidad y la generosidad taiwanesa son bienvenidas, pero el Parque Guasu no debe ser tocado.