Con una multitudinaria presencia de feligreses que fueron hasta la Basílica de Caacupé para celebrar el Domingo de Ramos, el obispo Ricardo Valenzuela, recurrió a la memoria de cuando Jesús fue crucificado por pensar diferente y hábilmente graficó la realidad paraguaya.
Mencionó que la alegría de Jesús despierta motivo de enojo e irritación para otros. “¡Qué difícil es comprender la alegría y la fiesta de la misericordia de Dios para quien quiere justificarse a sí mismo y acomodarse. Qué difícil es poder compartir esta alegría para quienes confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros!”, expresó en el arranque de su mensaje.
Para Valenzuela se escuchan en este contexto histórico y religioso dos gritos. Con su primer ejemplo se puede interpretar la alusión que hace sobre la destitución de Kattya González del Senado y la denuncia de la oposición sobre un plan cartista para eliminar a las minorías del Congreso.
“El primero (sobre los gritos), de aquellas maliciosas autoridades, de ahí nace el grito de aquellos a quienes que no les tiemblan la voz para gritar ¡Crucifícalo! No es un grito espontáneo, es un grito fingido, es un grito preparado que se forma con ese desprestigio, la calumnia y la mentira que tenía en su mente y en el corazón. Es la voz de quienes manipulan la realidad y crea un relato a su conveniencia y no tiene problema en manchar a otros con tal de salirse con la suya, es decir, un falso relato”, reflexionó el obispo poco después de bendecir las palmas.
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El sacerdote insistió en el poder utilizado para acallar a las minorías y terminar endureciendo el corazón, enfriando la caridad, apagar los ideales, insensibilizar la mirada y borrar la compasión.
“El grito del que no tiene problema en buscar los medios para hacerse más fuerte y silenciar las voces de quienes opinan lo contrario. Es el grito que nace de trucar, cambiar la realidad y pintarla de manera tal que termina desfigurando el rostro de Jesús y convierte al inocente en un malhechor, es la voz del que quiere defender la propia posición desacreditando especialmente a quienes no pueden defenderse, es ese grito fabricado por la maniobra de la autosuficiencia, el orgullo y la soberbia que grita sin problema ¡Crucifícalo, crucifícalo!”, insistió.
El antídoto para Valenzuela es el segundo grito, el de Jesús en la cruz interpelándonos. Pero además considera que hay una posibilidad de un tercer grito, el de los jóvenes. Como Jesús, su alegría puede causar enojo e irritación y al mismo tiempo un joven alegre es difícil manipular.
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“Hacer callar a los jóvenes es una tentación que siempre existió. Hay muchas maneras de silenciar a los jóvenes, hay muchas formas de anestesiarlos y adormecerlos para que no hagan ruido para que no se pregunten y no se cuestione. Hay muchas formas de tranquilizarlos para que no se involucren, para que no se comprometan y así sus sueños pierdan vuelo y se vuelvan ensoñaciones vanas, pequeñas, tristes y frustradas. Así están muchos de nuestros jóvenes hoy”, lamentó, pero a la vez alentó a este sector de la sociedad a sobreponerse.
Los feligreses coparon la Basílica de Caacupé este Domingo de Ramos agitando sus palmas y celebrando la fiesta de la misericordia, recordando la vía crucis con números artísticos que se presentaron en la explanada.