16 sept. 2024

Odio no, pero...

Como se acerca otro aniversario del Partido Colorado probé suerte solicitando una entrevista con su actual presidente, el ex mandatario Horacio Cartes. A decir verdad, quien exploró todas las vías posibles para conseguirla fue mi productora en televisión, Jenny Domínguez. Una de ellas fue la del ex senador Juan Carlos Galaverna. No fue una sorpresa que me rechazaran la invitación, pero el intento me sirve igual para esta reflexión dominguera a partir de la respuesta que le dio a Jenny el siempre polémico ex legislador: “No solo no voy a pedirle a Horacio que lo reciba, le recomendaré que nunca lo haga. Ese tipo odia a los colorados”.
Es interesante cómo algunos personajes le endilgan a todo un colectivo los sentimientos que eventualmente ellos provocan. Hay más de dos millones y medio de afiliados al Partido Colorado en el Paraguay. Debe ser de las organizaciones políticas con mayor número de miembros en el mundo. Es absurdo creer que un paraguayo o una paraguaya pueda odiar a un tercio de todos sus compatriotas.

Algo de verdad, sin embargo, encierran las palabras de Galaverna. Como cualquiera que haya vivido en este país más de medio siglo, no puedo sino aborrecer un estilo de hacer política mediante el prebendarismo más desfachatado y de concebir al Estado como mero botín electoral; un modelo que, por cierto, Galaverna encarna magistralmente.

Hablar de odio es quizás ir demasiado lejos, pero no me genera el menor afecto esa larga lista de vividores de la política que han usado a su partido como un arma para asaltar las arcas públicas, para colgar de la yugular de los contribuyentes a sus parientes, amigos, amantes y socios comerciales, que han generado privilegios absurdos pretendiendo erigirse en una especie de aristocracia criolla.

El modelo concebido por esa legión de vampiros nada tiene que ver con los principios doctrinarios ni con las aspiraciones democráticas que dieron vida a esta organización hace más de un siglo. Personajes como Galaverna podrían haber sido liberales, febreristas o comunistas. El partido y su ideología les resultan irrelevantes. Son solo herramientas aplicadas para ejecutar su modelo de gobierno.

El partido les ofrece la estructura necesaria para ganar elecciones y ocupar los cargos. Quienes hacen funcionar esa maquinaria electoral son los operadores que esperan obtener luego de la victoria los mismos beneficios de los que hoy gozan los caudillos para quienes hacen campaña. Esos beneficios se traducen en cargos en el Estado para ellos y los suyos, y licitaciones para sus auspiciantes.

El modelo es tan exitoso que no son pocos los opositores que incurren en la misma práctica ante la menor oportunidad. Ahí tenemos a figuras recientes, como el diputado Jatar Oso Fernández, quien mientras se despachaba en discursos contra los ciudadanos que pretenden que el Estado financie la educación y la salud de sus hijos, tenía a uno de los seis contratados en su “cupo político” levantando la mierda de sus perros en una guarida de dudosa legalidad.

Un partido político es una abstracción. En teoría debería aglutinar a personas que tienen una misma visión de la vida, las libertades y de cómo debería funcionar un Estado. Hoy esto se ha desdibujado notablemente, tanto en Paraguay como en el resto del mundo. En una misma organización, encontramos fundamentalistas religiosos, libertarios, conservadores y socialistas. Como mucho podemos pedir que coincidan en algunas acciones básicas de forma que, la promesa de ejecutarlas, nos permita orientar el voto.

Mi posición con respecto al Partido Colorado tiene que ver con eso, con la promesa tácita de que los gobiernos de turno que mantengan en sus filas a los Galaverna y a los Oso Fernández replicarán el modelo prebendario siempre. Y detesto el modelo.

Así pues, no odio a nadie, pero no lamentaré cuando quienes encarnan el sistema pasen a ser historia.

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