En la cadena de sectores empresariales, las micro, pequeñas y medianas son las más golpeadas por la paralización de actividades. Se trata de una de las mayores fuentes de empleo, en gran medida para los trabajadores informales, quienes junto pasaron de vivir de una situación laboral vulnerable a una crítica, junto con los cuentapropistas.
Entre los sobrevivientes al sistema socioeconómico están además los recicladores, trabajadoras domésticas, gancheros de los vertederos, vendedores ambulantes y aunque muchos cuestionen hasta su existencia, también están los cuidacoches y limpiavidrios, que son actividades creadas por el propio Estado que castiga al pobre con ausencia de programas integrales.
Los subsidios de Pytyvõ y Ñangareko pretenden llegar a poco más de 1.800.000 paraguayos, cuya alimentación se ve amenazada, pero muchos de los que piden esta ayuda no cuentan con la billetera electrónica que exige este sistema de pago, que además resulta complejo para un sector al que nunca se le garantizó el derecho de acceso a la tecnología, se suma que la transacción no puede realizarse en despensas, que pueden terminar por desaparecer en los barrios y además hay quejas de irregularidades en las acreditaciones.
Es así que en plena pandemia y con el hambre un paso adentro en los hogares, las ollas populares fueron tomando protagonismo en los barrios vulnerables. Por un lado, organizan las comisiones vecinales que se mantuvieron a pesar de los cambios sociales que llevaron a un modo de vivir individualista e indiferente, mientras que por el otro, reunió a pobladores que poco o nada comparten en la vida social, la solidaridad incluso viene del extranjero, de los compatriotas que todavía pueden sostenerse lo justo económicamente.
Ingredientes. Las ollas populares son una forma no institucionalizada de dar respuesta al hambre, según describe el economista Luis Rojas, investigador de Heñoi, quien expone los otros “ingredientes” de este trabajo comunitario.
En primer lugar está la población empobrecida, marginada y excluida. Si bien son unas 2 millones de personas que viven en situación de pobreza y pobreza extrema, el aislamiento total hace que la cifra aumente. Le sigue la precariedad económica y laboral, al no contar con estabilidad en los puestos de trabajo, salarios dignos y seguridad social. Esta condición a su vez hace que los trabajadores no puedan ahorrar y en cambio multipliquen sus deudas.
En tercer lugar menciona la inexistente protección social. El gasto público es el más bajo de la región, en la práctica en realidad no están garantizados los derechos de alimentación, trabajo y vivienda.
Otro ingrediente para que las ollas populares vayan ganando mayor espacio es la escasez de recursos públicos como consecuencia de la baja presión tributaria. Se suma la escasez de alimentos y altos precios, que genera una dependencia de la importación de frutas y verduras en un 95%, de acuerdo a lo que admitió el propio Ministerio de Agricultura y Ganadería.
Por último, Rojas menciona la cultura popular de la solidaridad, que se explica en las prácticas que se heredaron de los indígenas y campesinos, los mismos a quienes el estado y la propia sociedad los discrimina.
Actividades similares se desarrollan en otros países de Latinoamérica, donde la empatía se vio obligada a expresarse. Históricamente en las situaciones de crisis, la sociedad es empujada a unirse para sobrevivir y en este caso, sería ideal que termine con una mayor concienciación sobre las desigualdades antes que con un efímero acto de colaboración.