El Día del Policía paraguayo se celebró con una entusiasta represión a un grupo que fue a reclamar comida. Familias humildes fueron hasta Mburuvicha Róga a pedir que el Gobierno destine más recursos para las ollas populares.
No sorprende la violencia, siempre desmedida e innecesaria. Tampoco sorprende la insensibilidad de los políticos de este país. Lo único que a estas alturas causa asombro es la angurria de políticos y funcionarios.
Les explico. Hay una Ley de Consolidación Económica y Contención Social del Gobierno, la cual el Congreso se tomó su tiempo para “debatir”, y terminó haciendo recortes por aquí y por allá. De mucha plata estamos hablando: 365 millones de dólares, nada más y nada menos.
De esos 365 millones de dólares, para las ollas populares se van a destinar apenas 1 millón de dólares; así como escuchó, señora, apenas un millón. Por eso las familias fueron a reclamarle al presidente el veto parcial de la Ley de Consolidación Económica sancionada por el Congreso la semana pasada.
En la calle, en medio de chorros de agua de los carros hidrantes y cachiporras, las señoras del Bañado se expresaron con elocuencia:
“Les hacen pasar hambre a nuestros hijos, es una vergüenza”, decía una; y otra agregó: “No estamos pidiendo nada gratis tampoco, porque por más que seamos pobres pagamos los impuestos”.
La Ley de Consolidación Económica alcanza los 365 millones de dólares, y contempla medidas para financiar la compra de medicamentos, recontratación del personal de blanco, subsidio a trabajadores, exoneración de servicios básicos, entre otros.
Pero además de destinar apenas una propina para mantener las ollas populares, el Parlamento hizo otra cosa: cuidar a su clientela.
Resulta que la ley que aprobaron excluye a los docentes y enfermeros del artículo 4, inciso e, que prohíbe el aumento salarial para todos los funcionarios públicos para contrarrestar la crisis económica. Resumiendo: algunos podrán tener aumento de salario y otros solo ollas vacías.
Por si no lo sabían, hay más 100 ollas populares que alimentan a unas 20.000 personas, de alrededor de 4.000 familias golpeadas por la pandemia del Covid, y la crisis que desató en las zonas más carenciadas del país. Lo único que piden es que continúe la provisión de alimentos por parte del Estado, al menos hasta diciembre.
Sobre el reclamo, “que trabajen, haraganes…”, comentaba un idiota de Twitter, mostrando la misma sensibilidad del Gobierno respecto a las señoras que golpeaban sus ollas vacías frente a la policía que custodiaba la residencia presidencial.
Eso mismo le podríamos pedir al inútil Gobierno colorado: trabajen, haraganes.
O ya se olvidaron de los más de 15.000 paraguayos que murieron por Covid porque las vacunas llegaron muy tarde.
O ya se olvidaron de que si un puchito de la población está inmunizada es gracias a las donaciones de vacunas; o se olvidaron de que millones de paraguayos todavía no accedieron a las vacunas y otros cientos de miles siguen esperando las tan ansiadas segundas dosis.
¿Ya se olvidaron de Nacho Masulli? Nacho, quien junto con su mamá Mónica y mil voluntarios durante seis meses repartieron más de 300.000 platos de comida a más de 20 hospitales de todo el país, y fueron el único consuelo mientras la gente moría en los pasillos.
Ya olvidaron las polladas y los sorteos que permitieron la compra de Midazolam y Atracurio para el primo o la abuela, mientras el presidente ni asomaba la nariz.
Las ollas populares hacen posible cada día el milagro de la solidaridad y la multiplicación de los panes, sostienen a miles de personas abandonadas por un Estado que históricamente les ha negado salud, educación, seguridad y un trabajo digno, y que ahora también les niega una ayuda básica para llenar las ollas.