30 abr. 2025

Opáta la fin del mundo

Arnaldo Alegre

Como el infortunio se maneja con horario inglés, justo cuando me disponía a observar la semifinal de la Champions, a mediados de la semana pasada, Tigo Star me regaló varias horas de silencio telemático. Miré a mi costado para reavivar la siesta. Mi mujer dormía y la experiencia me había ya enseñado que, si no quería que la libido se fugase por el resto de la semana, debía dejarla descansar. El diccionario del buen matrimonio aconseja elegir batallas.

Salí de la pieza para compartir con mi hijo y regalarle un minuto de sabiduría paterna. Con el ojo a medio abrir, me dijo: enviame un WhatsApp y me puso una cara de adolescente demasiado cansado por vaya a saber qué demonios. Estuve a punto de decirle que WhatsApp también había caído. Solo para joderle, pero no soy tan cruel... aún.

Únicamente me quedaba el recurso de un pendrive con una copia pirata de Rápido y Furioso 8. Lo coloqué, y vi unos minutos. No lo podía creer. Quedé pasmado. ¿¡Esto era el último mejor estreno de la historia del cine!? Era cierto, era. Reí para no llorar.

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No esperaba encontrar El ciudadano Kane, ni La naranja mecánica o El Padrino. Pero tampoco pensé en toparme con semejante producto comercial-cultural. La película no roza la estupidez, la atraviesa como un bólido desenfrenado. No es mala o buena, es ridícula... pero como película de humor se lo disfruta de forma inesperada.

Como muestra, tres botones: Jason Statham mata a una docena de villanos en un avión en vuelo mientras lleva en sus manos a un bebé en su cuna, el cual, además, no suelta ni medio moco; Dwayne Johnson se apea de un camión en movimiento para desviar un torpedo... con las manos. Y lo más inverosímil de todo: Vin Diesel es recibido al final del filme con un rotundo beso por su novia latina, pese a que se había escapado de la luna de miel para traicionar a sus amigos y además osó besuquearse con una rubiaza frente a sus propias narices. En el mundo real la latina le habría perdonado a medias, luego de tres años y solo gracias a una intervención papal.

No nos ponemos académicos de más ni refinados de cotillón, pues sabemos que muchos críticos o supuestos estetas no son más que frustrados pomposos. Pero hay que ver el enorme éxito de esta cinta como un signo de nuestro tiempo. Un signo negativo, obviamente.

La artificialidad ramplona, las historias sin sutilezas, el berrinche visual y la falta de respeto a la verdad o al sentido común son coincidencias entre esta película y la visión de la cultura de masas actualmente imperante.