Las acusaciones hacia Moscú son frecuentes desde que en 2012 afectaron a Estados Unidos en la Guerra en Siria, se intensificaron tras las elecciones presidenciales que ganó Trump en 2016 y se consolidaron con la infodemia sobre el Covid-19.
Estas campañas de influencia son empleadas con el objetivo de crear o modificar las creencias de la población sobre un asunto específico, favoreciendo usualmente a un actor político. Para ello, se utiliza un gran número de cuentas falsas en redes sociales que no se localizan en el país donde toma lugar el debate.
El caso ruso más emblemático son las granjas de bots de la Agencia de Investigación de Internet (IRA), la cual, según los especialistas, posee un alto grado de coordinación con el fin de reproducir una narrativa en particular y volverla viral. Dicha historia es catalogada como desinformación pues es información falsa difundida con la intención de engañar.
Junto a las granjas de bots, también se ha cuestionado la naturaleza de los medios de comunicación financiados por Rusia como RT en Español o Sputnik Mundo. Estos, según el Global Engagement Center (GEC) del Departamento de Estado de Estados Unidos, han diseminado desinformación política, social y del covid-19 en los últimos años en muchas partes del mundo.
Usualmente, Estados democráticos financian medios de comunicación de cobertura internacional con el objetivo de mostrar una perspectiva positiva de estos países en el extranjero, esto es conocido como soft power o poder suave. Sin embargo, el caso ruso es analizado bajo el concepto de sharp o poder afilado, ya que el país es cuestionado por sus prácticas no democráticas, entre ellas, la de fundar estas empresas de comunicación y emplearlas para distraer, dividir y manipular audiencias nacionales y extranjeras.
Sin embargo, los señalamientos de los gobiernos y los medios de los respectivos países han empezado a ser cuestionados por la academia y la opinión pública ya que exageran el alcance de dichas operaciones. Además, son considerados sesgados, ya sea por falta de claridad conceptual, del origen de la información, la metodología empleada o la interpretación de los datos.
Del alfabeto cirílico al latino. Según David Alandete, ex director del periódico El País, en el referéndum unilateral sobre la independencia de Catalunya de 2017 los medios financiados por Rusia fueron más virales que los españoles al emplear bots para reproducir la narrativa independentista. Incluso sugirió el posible apoyo de cuentas venezolanas en esta tarea. Según Alandete, los medios pro-kremlin enfatizaron la violencia perpetrada por la policía española contra los votantes y activistas catalanes. Sin embargo, estas críticas se basan en una auto referenciación y muchas de las columnas del diario son aseveraciones y no especifican el origen de las cuentas analizadas ni su comportamiento supuestamente desproporcionado.
En las elecciones presidenciales mexicanas de 2018, Atlantic Council identificó en un informe la existencia de potenciales bots comerciales que al parecer tenían origen ruso. Sin embargo, en esta investigación no se encontró evidencia para afirmar que dichas cuentas eran financiadas o coordinadas por el gobierno de Putin. El mismo Think-tank también analizó las publicaciones de los medios pro-Kremlin que cubrieron las elecciones y evidenciaron un claro sesgo antinorteamericano pero no encontró posicionamientos a favor de ninguno de los candidatos.
Un artículo de Lara Jakes del New York Times reveló la posible injerencia rusa en las redes sociales durante las protestas sociales en Colombia y Chile de 2019/2020. Y la firma española Alto-Analytics (2020) sugirió la existencia de un comportamiento anómalo por parte de un número significativo de cuentas ubicadas en el extranjero. En Chile, por ejemplo, se identificó que cerca de 135 protestas contra el Gobierno fueron convocadas desde el extranjero en países como Estados Unidos, España y Venezuela a través de Facebook.
Y en Colombia, los medios prorrusos se enfocaron en mostrar la violencia del Estado contra la población. El hallazgo más llamativo para ambos países fue la identificación de 175 cuentas con ritmos de publicación posiblemente semiautomatizados, de las cuales 58% de ellas estaban localizadas en Venezuela.
El estudio de Global Americans (2021) coincide en la preponderancia que los medios pro-Kremlin dieron a la violencia policial en Colombia durante las protestas, así como en la existencia de cuentas desproporcionadas que diseminan este tipo de contenido. Respecto a su localización, un número significativo de ellas se localizaron en Venezuela. Y el informe publicado por el Centro para una Sociedad Segura y Libre (2021) detectó 7.000 cuentas anómalas operadas desde el extranjero con servidores en Rusia y China e identificó la geolocalización de 4.233 en Bangladesh; 1.500 en México; 900 en Venezuela y 600 en otros países del mundo.
¿Chivo expiatorio en la región? Según estos datos, a diferencia de lo que sucede en otras partes del mundo, en América Latina no se puede demostrar una influencia rusa desproporcionada. Lo que sí se puede identificar es un comportamiento anómalo originado desde el extranjero, especialmente desde Venezuela, durante las protestas sociales y las campañas electorales. De todas maneras, se requiere de un constante monitoreo del ecosistema mediático ruso en la región por parte de los gobiernos y las organizaciones civiles, ya que medios como RT en Español cuentan con una creciente audiencia en países como México, Venezuela, Argentina y Colombia. Sin embargo, las cuestionables acusaciones de los gobiernos y sus partidos y gran parte de los medios tradicionales son peligrosas porque insertan en la sociedad la idea de que la influencia extranjera termina definiendo el acontecer nacional.
(*) Gustavo A. Rivero es profesor adjunto en la Universidad de la Salle, Colombia. Máster en Estudios Internacionales de la Universidad de los Andes. Seleccionado por el Programa de Formación 360/Digital Sherlocks (DFRLab) del Consejo Atlántico para combatir la desinformación.
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