Dice la información que la iniciativa apunta a un ordenamiento de los cargos, eliminación de los planilleros y el combate de los abusos y el despilfarro del dinero público. Vio que es difícil no dudar de esta intención del Ejecutivo.
Lo primero que recordé es que hace unos años cuando se estableció que todos los ingresos a la función pública se harían por concurso lo celebramos efusivamente creyendo que era el primer paso para cambiar, para lograr desterrar el prebendarismo, una de las bases de la mediocridad en el Servicio Civil. Pobres ilusos.
En poco tiempo la presión de los políticos paraguayos dio a luz las maniobras necesarias para mantener la imagen de los “concursos”, como respaldo a los nombramientos en los cargos “dedocráticamente concursados”. Otra decepción ciudadana.
Ahora surge esta propuesta de clasificar los cargos, reglamentar la carrera civil, definir los cargos de confianza y establecer cómo nombrarlos en cada ministerio, secretaría o entidad pública y nuevamente anhelamos que se haga realidad pero, recordamos quiénes son los políticos que tienen las riendas de este país y se nos pasa, como dice la rana del meme.
Lo que se quiere aprovechar para establecer esta reingeniería es que en los próximos 10 años se jubilarán unos 60 mil funcionarios públicos, entre quienes figuran cientos que cumplen una misma función, pero cuyos salarios difieren de aquí a la luna o que están muy por encima del servicio ofrecido, gracias al padrino político. Se busca entonces una justicia salarial que pueda dar paso a la excelencia. Suena muy lindo, ¿verdad?
El problema es que se necesitará modificar la Ley de la Función Pública, es decir, los diputados y senadores tendrán que meter mano en el proceso (los políticos, sin un ápice de respeto a la carrera civil y sin consideración por el dinero público ya se estarán preguntando dónde van a meter a sus operadores sin la mínima formación académica).
Todo paraguayo de bien querrá que se terminen las direcciones de ascensoristas con salarios siderales, o de mozos, o de asistentes de asistentes, o de “planilleros agremiados” que no dudan en organizar huelgas cuando ven que les pondrán freno a sus privilegios y excesos.
Supongo que la mayoría de los ciudadanos querrá creer en la reingeniería de la Función Pública, pero en serio cuesta, porque tantas veces los políticos de turno han prometido corregir lo torcido, pero solo se han insertado en el Gobierno como parásitos chupasangres, que terminaron por plantar el descreimiento y la indiferencia en la gente.
Y es que cambian los rostros pero los problemas siguen. Como muestra tenemos el tema de los cuidacoches y los limpiavidrios, justito en la previa de la definición de candidaturas para las municipales de vuelta todo el ruido para sacarlos de las calles.
La experiencia nos dice que en breve el ruido se disipará y alguien querrá capitalizar la movida pero los cuidacoches y limpiavidrios seguirán en las calles. Otro botón: ¿Cuánto hace que los policías salían como lobos feroces a cazar a motociclistas sin cascos, sin la cinta reflectora o con niños a bordo? Los motoqueiros siguen sin casco, sin la cinta y con niños a bordo. Y así, suman y siguen los ejemplos del oparei.
Habrá que ver si nuevamente se produce el milagro de la presión ciudadana para que la reingeniería de la Función Pública pase el cedazo de las instancias legislativas. Aunque primero hay que ver qué es lo que el Ejecutivo presenta como propuesta de ordenamiento, que no sea una simple estrategia para decir que cambia sin cambiar nada. ¿O no?