De las ideas que José Ortega y Gasset tenía sobre la filosofía, había una en que dos célebres discípulos y amigos, Xavier Zubiri y Julián Marías, adherían: “La filosofía es así historia de la filosofía y viceversa”. Muchos colegas suyos no estaban de acuerdo. Una cosa diferente es historiar la filosofía y otra filosofar, pero lo que interesa aquí es mostrar las coincidencias con aquellos dos maestros.
Zubiri, en el prólogo al clásico Historia de la Filosofía de Marías, escribe: “La filosofía no es su historia; pero la historia de la filosofía es filosofía”. Un poco más adelante, Marías toma la palabra: “Hay, pues, una inseparable conexión entre filosofía e historia de la filosofía. La filosofía es histórica, y su historia le pertenece esencialmente”. Como es obvio, hay desacuerdos. Uno interesante, pero indirecto, se da entre Ortega y Marías sobre la interpretación de la historia de la filosofía. En ella, ¿se pueden notar altibajos, épocas doradas seguidas de decadencia? Marías opina que sí. Ortega no está de acuerdo.
Un esquema básico de la célebre Historia de la Filosofía de Marías presenta a las ideas de los pensadores como una serie discontinua, con picos de gran “tensión metafísica” seguidos de valles de casi ningún valor. Justamente, el primer valle es el que aparece inmediatamente después de la muerte de Aristóteles. Las escuelas helenísticas se dedican a una “simple especulación moral”.
En esta parte Marías afirma: “Después de una época de extraordinaria actividad en este sentido (temas metafísicos), viene una larga laguna filosófica, de esas que aparecen reiteradamente en la historia del pensamiento humano: la historia de la filosofía es, en un sentido, esencialmente discontinua”. Así, la triada Sócrates-Platón-Aristóteles ocupa un pico exitoso al que sigue un valle de los fracasados como Pirrón, Epicuro y Zenón hasta llegar de vuelta al siguiente pico ocupado por el gran Plotino. Pero para Ortega cada época tiene su justa filosofía, condicionada por la circunstancia.
Aquel manual de Marías data de 1941. En 1943, Ortega empieza a redactarle un epílogo que se publicaría con la segunda edición. El escrito no contradice nada, al menos explícitamente, a la obra de Marías. Pero antes, en 1942, había hecho un prólogo para otro libro de historia de la filosofía, el de Emile Bréhier. Ahí el maestro relativizará la tesis de su alumno Julián, sin mencionarlo. “En las épocas llamadas de decadencia algo decae, pero otras germinan. Convendría, pues, usar con más cautela ambos términos, que tienen el común inconveniente de no denominar la época a que se atribuyen por caracteres intrínsecos, por rasgos efectivos de la vida que en ellas se vivió, sino que son meras apreciaciones nuestras, externas y ajenas a la realidad que nombran”.
No podemos menos que darle la razón, en esta parte, a Ortega quien es consecuente con su doctrina de la razón histórica. Marías, al final de sus palabras previas a su Historia, indica que la razón histórica orteguiana es el principio inspirador de su libro: “Por esto una historia de la filosofía solo puede hacerse filosóficamente, reconstituyendo la serie íntegra de las filosofías del pasado desde una filosofía presente capaz de dar razón de ellas; y no de excluirlas como errores superados, sino de incluirlas como sus propias raíces”. Sin embargo, en más de un capítulo Marías presenta de entrada ciertas doctrinas como equivocaciones, incluso, corrige algunas como las de Hume, Comte, Sartré, e ignora a Marx (así como su colega italiano Sciacca lo hace con Sartre).
Podemos justificar a Marías, quien tenía 27 años cuando publicó este su primer libro, el más leído de su vasta producción. Zubiri, en su prólogo, ya algo entrevió: “un libro sobre el conjunto de la historia de la filosofía quizá solo pueda escribirse en plena muchachez, en que el ímpetu propulsor de la vida puede más que la cautela”.