Sin dudas, no fue una sola charla. Hubo conversaciones y hasta discusiones, quizás, mientras compartían un tereré en medio de los aromas del campo de su Concepción natal. Ella era una persona importante para él; su hermana, según se sabe. Firme y convincente, sabía que en algún momento el joven cedería a sus argumentos, aprovechando la pobreza y las injusticias que abundaban en el orbe campesino.
Osvaldo Daniel tenía 17 años y toda una vida por delante. En medio de su trabajo en la carpintería familiar, habrá pergeñado, como tantos de su edad, sueños y proyectos. Habrá tenido planes para salir adelante, como cualquier muchacho del campo, en medio de las precariedades.
Pero un día dejó su hogar, obnubilado por ideas extrañas y extranjeras. Seguramente, quienes lo conocían de niño no hubieran imaginado que una destructiva ideología de extrema izquierda se anidaría en su mente, a tal punto de cegar su conciencia y corazón, volviéndolo insensible, y convirtiéndolo, más adelante, en un sanguinario personaje. Esta historia es tan triste, como dramática y real.
Osvaldo Villalba sería años más tarde el principal líder del autodenominado Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP), con el alias Comandante Alexander o Javier. El hombre, de 39 años, murió el pasado domingo en un enfrentamiento con la Fuerza de Tarea Conjunta (FTC), en el Departamento del Amambay.
Formó parte, directa o indirectamente, de más de 100 ataques, que dejaron como saldo cerca de 70 muertos, entre ellos policías, militares, campesinos e indígenas. El Gobierno puso un precio por su cabeza: Más de mil millones de guaraníes. Hoy hasta cuestionan que un cementerio reciba sus restos.
¿Cómo un joven campesino llega a convertirse en un criminal sanguinario, capaz de justificar sus acciones en nombre de la justicia y la lucha de clases? ¿Cuántos ‘Osvaldos’ hoy en día estarán cayendo en el mismo error, optando por ideologías extremas o pensando en la guerrilla como solución? ¿Qué se les ofrece?
El corazón del hombre es un grito silencioso y denodado de justicia y libertad. En él arde un deseo de bien y verdad, que si no encuentra una respuesta adecuada, digna y correspondiente a su razón y corazón, se desvirtúa y se vuelve pura violencia; a veces explícita, a veces no.
La ideología, sea de derecha o izquierda, es siempre una mirada parcial de la realidad, un camino que absolutiza un factor en detrimento del todo. Por ello, el reclamo será siempre fomentar una mirada integral en la que la dignidad y el respeto de la persona, sea quien sea, se convierta en punto central, y el diálogo, una herramienta irrenunciable. La pobreza, las injusticias, la ausencia del Estado, serán siempre caldo de cultivo para ciertas ideologías que terminan sembrando muerte y dolor, utilizando, finalmente, al pobre en beneficio de intereses particulares.
Es por ello que urge apostar por una educación que exponga el valor inviolable de la dignidad del ser humano, del respeto a la vida del semejante, sea este un campesino o un terrateniente; el deseo de superación, el apego al trabajo, una educación que ayude a utilizar la razón, priorizando ese aprendizaje desde la realidad concreta por sobre toda la interpretación o teorización que podamos hacer respecto a ella. No basta con hablar del pobre, es necesario tocarlo y estar con él.
El fracaso de estas ideologías y sus métodos están a la vista, pero nos cuesta aprender de la realidad, de la historia vivida. El ser humano es así en todos los ámbitos.
Los que apuestan por la violencia como método de cambio, los que creen que es mejor “eliminar” de alguna manera al otro en vez de crear puentes con él, serán siempre un riesgo posible mientras no tomemos en serio la educación de la que hablamos y se descuide la equidad y la justicia en Paraguay. Aquel joven se equivocó, fue engañado por una ideología y terminó causando mucho daño y dolor, incluso para sí mismo. Su triste vida, sin embargo, debe ser también un reclamo para la sociedad y, por qué no, para cada uno.