Juan Andrés Cardozo
La realidad nunca es permanente. Pero su estructura social e institucional puede reproducirse. Y continuar en una inercia que, en términos axiológicos, tiende a empeorar. En especial, respecto a la calidad de sus representaciones. En circunstancias como esta es cuando apremia pensar en un país diferente. Otro, en su sistema de poder, y en su estructura sociohistórica.
Es entonces el momento de pensar en una nueva sociedad. Nueva no en el sentido del cambio de su identidad como nación. Pero sí en lo atinente a la transformación en cómo está instituida en calidad de Estado y de sociedad civil.
La conformación del Estado liberal entró ya en su desfase, en la teoría y en la praxis, en el siglo XIX. Su concepción del Estado de derecho demostró que el ideal de justicia no avanzó más allá de las leyes. Al igual que el feudalismo siguió fragmentando las sociedades. Y con una concentración aún mayor de la riqueza socialmente generada. Fue la causa por la que se profundizó el ideal de la democracia. Y también el edificio de la Constitución.
La modernidad tardía instauró el paradigma del Estado social y democrático de derecho. Ello, para que la democracia dejara de subordinar la política a la conformación de un Estado como simple aparato coercitivo al servicio de la burguesía o de la oligarquía. Nuestra Constitución actual también consagró el Estado social y democrático de derecho en superación del simple Estado de derecho, que nunca llegó a ser universal.
Las palabras y las ideas nunca bastan. La axiomática del respeto en el espacio intersubjetivo no se materializa, en el lenguaje cotidiano, en la práctica. Las palabras que proceden de esa terminología –el respeto– como tener en cuenta al otro o ser ante los ojos, se vacían de contenido en la acción. De igual manera, el idealismo de la libertad sucumbe en el Estado de derecho al enajenar los derechos humanos de la igualdad. O lo que la teoría de la Justicia contemporánea sostiene al enunciar que sin igualdad la libertad es pura ficción. No existe. La libertad se reduce ideológicamente en una mera falsa conciencia.
EL CAMINO QUE ANTECEDE
Bien. Si la Constitución de la República consagra el Estado social de derecho, el ideal de otro país ya cuenta con un esbozo jurídico. Solo que como Estado su ausencia viene demostrando que la práctica política le ha sido infiel. Por lo tanto, habrá que refundar la política. Más que por una cuestión moral, por su esencia misma. Por lo que es la política, ignorada por sus actores, que usurpan su significación en la búsqueda y al detentar el poder.
En la propia génesis de la política ella emerge con su dimensión social. Incluso ya con su objeto: La justicia social. Pero luego el oscurantismo la denigró en el olvido de su ser. De su ser constituida por su finalidad. Y antes de que los mercaderes de la caverna la entierren totalmente, urge la refundación de la política. De lo contrario, la pobreza y la desigualdad crecerán de forma pavorosa.
El hilo conductor del Estado social y democrático de derecho, y de la propia política, abre la bisagra hacia la conceptualización del otro país. La posibilidad de ambas entidades se ha realizado en los países que están a la cabeza del desarrollo humano. Así que la teoría y la práctica verifican la facticidad de los caminos por hacer. Ello, sin el olvido de no caer en la repetición. Pues toda cultura mimética, como la de los gobiernos que alquilan expertos, está condenada al fracaso. Así, cuando no a la dependencia.
Por consiguiente, el diseño, la estrategia y la construcción del otro país posible deberán distinguirse por el modelo de la autogestión. La que requiere inteligencia, conocimiento, idoneidad y genuina integridad. En materia epistemológica son esenciales la investigación científica, la reflexión metodológica, el pensamiento crítico y la imaginación creadora. Pues no solo se ha de partir de una base historiográfica contextualizante y cuya heurística supere el documentalismo tradicional. La sociología de la historia, y la razón crítica, nos permitirán entender de dónde venimos, cuáles esquemas ideopolíticos nos condicionan y qué factores o fenómenos inciden en el sistema en que estamos viviendo.
LAS EXIGENCIAS FUNDAMENTALES
La construcción del otro país exige, per se, un trabajo interdisciplinario. Más aún, transdisciplinario. Thomas Piketty ha reiterado, en Capital e Ideología, lo afirmado por el Nobel Amartya Sen, la insuficiencia de la economía, incluso de la economía política, para dirigir un gobierno. La complejidad de los problemas demanda un proyecto de sociedad a escala humana. Razón por la cual el círculo del conocimiento debe partir de la ontología, pasar por las ciencias normales y las ciencias sociales, y cerrarse otra vez en la ontología. Las verdades nacen de la inteligencia humana, se falsean en el devenir diacrónico de la existencia humana, y dialécticamente se corrigen en la superación de las contradicciones humanas. He ahí el proceder y el continuum de la ciencia del ser, cuya senda se pierde en la alienación del autoritarismo, en la cosificación del mercantilismo o en la reificación del individualismo.
Es decir, los tres modelos hoy imperantes en que se enajena la dignidad humana.
Al mencionar esta condición, de imperativo universal, la participación del pueblo es determinante. La democracia no es excluyente. La República no es el gobierno de los menos. Ni la inclusión se limita al electoralismo procedimental. Ni el gobierno de la mayoría a su instrumentalización por el poder. En consecuencia, la teoría del consenso hace de la ciudadanía un sujeto decisivo en todo el proceso de la construcción del otro país. Pues el pueblo es el sujeto y objeto de la sociedad diferente. La Justicia solo procede de él. Cuando se lo ignora, reina la discriminación. La arbitrariedad. La explotación.
En síntesis, el ágora, el plebiscito, el diálogo, el pluralismo y la crítica son los métodos de la participación. Y del modelo del país subiendo las pendientes de la sociedad del conocimiento, de la economía del desarrollo con equidad y del país de la dignidad humana total.
Esto es posible. Sí, en cuanto la refundación de la política implique a la vez su intelectualización. Y esta, su desconolonización cultural. Y, sobre todo, su unidad con el pueblo para su emancipación. En fin, para integrarse proactivamente y con respetabilidad en el mundo.