“Señor desarma la mano armada del hermano que se levanta contra otro hermano, para que donde haya odio florezca la concordia”, clamó el papa al término de la ceremonia.
El pontífice argentino llegó cerca de las 21.00 (hora de Roma y 15.00 hora paraguaya) al célebre monumento romano, en donde miles de personas, turistas y religiosos, la mayoría con antorchas, lo esperaban.
El papa Francisco presidió en silencio esta ceremonia, que conmemora el camino de Cristo a la crucifixión, desde un promontorio en frente del anfiteatro y, tras escuchar los catorce pasajes bíblicos que lo componen, tomó la palabra para pronunciar una oración final.
“Tómanos de la mano, como un Padre, para que no nos alejemos de ti; convierte nuestros corazones rebeldes a tu corazón, para que aprendamos a seguir proyectos de paz; haz que los adversarios se den la mano, para que gusten del perdón recíproco; desarma la mano alzada del hermano contra el hermano, para que donde haya odio florezca la concordia”, imploró.
Este Vía Crucis de Viernes Santo tuvo un alto valor simbólico al estar marcado por la guerra en Ucrania, una crisis que preocupa sobremanera al pontífice y que, aunque no lo mencionó explícitamente como suele hacer, sobrevoló en toda la ceremonia con varios gestos.
Después de haber sido suspendida dos años por la pandemia de coronavirus, el papa argentino volvió a presidir la ceremonia, que suele ser transmitida en directo por televisión a numerosos países.
Francisco, de 85 años, vestido con un abrigo blanco, asistió al tradicional rito desde la terraza del Palatino, bajo un toldo instalado frente al imponente anfiteatro romano y no recorrió a pie las 14 estaciones que conmemoran el calvario de Cristo hasta su crucifixión.
La redacción de las meditaciones fueron encargadas a varias familias, debido a que la Iglesia católica celebra el año de la Familia. En ellas se habló de las enfermedades, de los ancianos, de la soledad, de la precariedad laboral, de los padres que adoptan hijos.
El papa escuchó concentrado las meditaciones que hablaban también de los males que aquejan el mundo de hoy.
Ucrania presente
Durante el Vía Crucis, catorce grupos de personas, este año familias, se van pasando la cruz mientras se leen unas meditaciones, y en esta ocasión se eligió a dos mujeres, una ucraniana y una rusa, para cargarla en la XIII estación, que refleja la muerte de Cristo.
La meditación preparada por dos mujeres de Ucrania y Rusia, invitadas a llevar la cruz en la penúltima estación, generó polémicas en la comunidad ucraniana y fue sustituida por un largo silencio.
Son Irina, una enfermera ucraniana, y Albina, estudiante rusa, ambas amigas porque trabajan en el Campus Bio-Médico de Roma y que han visto cómo sus vidas cambiaban el 24 de febrero pasado, cuando Rusia decidió invadir Ucrania y sumirla en un devastador conflicto.
La decisión de unir a ambas en el Vía Crucis, un evento seguido en todo el planeta, había suscitado la discrepancia del embajador de Ucrania ante la Santa Sede, Andrii Yurash, y otros sectores, si bien finalmente este gesto de unión se produjo ante los ojos de todos.
Además, hubo un cambio de programa ya que la meditación que debía leerse en este momento, divulgada previamente por el Vaticano, fue eliminada por completo y se optó por sustituirla por una oración.
“Ante la muerte, el silencio es la más elocuente de las palabras. Permanezcamos por lo tanto en un silencio orante y que cada uno, en su corazón, rece por la paz en el mundo”, instó uno de los oradores del Vía Crucis a los fieles, que obedecieron.
A miles de kilómetros de Roma, unas horas antes, el limosnero del papa, el cardenal polaco Konrad Krajewski, celebraba otro Vía Crucis entre las ruinas de las ciudades de Bucha y Borodianka, convertidas en símbolo de la masacre y de la ruina del conflicto.
Pocas horas antes, el pontífice había reconocido en una entrevista a la televisión pública italiana “que el mundo está en guerra” y lamentó que se haya elegido como modelo “el cainismo, es decir matar al hermano”, explicó.
La víspera, Jueves Santo, Francisco volvió a reiterar su mensaje de solidaridad y misericordia con los que sufren y se desplazó a una cárcel a 80 kilómetros de Roma para lavar los pies a doce detenidos, en una ceremonia que rememora la última de cena de Jesús con los doce apóstoles.
El domingo culminará las celebraciones de Semana Santa con la misa de Resurrección y el mensaje “Urbi et orbi”, a la ciudad y al mundo.