01 may. 2025

Paradojas, o el ocaso de la avanzada humanidad

El mundo viene observando una serie de eventos que no traen buen augurio. Este siglo –ya desde el último cuarto del pasado– está caracterizado por una revolución tecnológica gigantesca. Actualmente, la agitación está encabezada por los grandes modelos de lenguaje (Large Language Model o LLM, por sus siglas en inglés), más popularmente conocidos como inteligencia artificial, especialmente la generativa, que es la que puede producir mucho más que un texto llano y simple.

Sin embargo, a pesar de estos avances, al mismo tiempo vamos dando pasos para atrás, decidiendo conflictos por la fuerza, como en la ley de la selva, apelando a la violencia –incluidos unos Estados contra otros– para dirimir diferencias. Aunque reconocemos el valor de la inteligencia artificial para ampliar las capacidades médicas, educativas, artísticas y de otros campos, poco se habla de los valores que pueda sostener, inculcar o profundizar. La delincuencia y el crimen también la están utilizando, y cada día se especializan más en sus atroces objetivos.

La guerra arancelaria del país más poderoso del planeta, particularmente en contra del que lo quiere desbancar, reparte esquirlas. Si la palabra “guerra” es utilizada nada bueno puede traer. Hemos acordado un sistema de comercio global que parece desmoronarse. Con la globalización, el proteccionismo probablemente no es la mejor alternativa, que lo diga Paraguay.

La deuda pública nacional y mundial está por las nubes, y sigue trepando, por estos lares navegando en medio de la corrupción y la ejecución. Es fácil asumir compromisos financieros cuando no son personales, para repartir obras entre los amigos que calladitos prefieren quedar. Mientras tanto, no tenemos salud pública, seguridad ni educación.

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La codicia, la mezquindad, el egoísmo, el odio y la desconsideración campean a sus anchas, ganándole terreno a la solidaridad, a la empatía, al amor. La apatía y la abulia nos llevan a las decisiones equivocadas, nos mantienen conformes, adormecidos y hasta huraños. Aunque las consecuencias causen daño, terminamos actuando como los cómplices de Asch en aquel célebre experimento. No importa que hayamos acordado que la agresión no está bien, nos seguimos agrediendo.

La cooperación está en un aprieto mayúsculo, al menos la de nobles metas. La ayuda no es un recurso válido para unos, porque la debilidad no se debe tolerar, porque elegimos pues ser débiles o estar enfermos, o preferimos ser pobres y no trabajar. Ese es el tsunami al que nos quieren arrojar.

Los derechos laborales y el mentado estado del bienestar son atacados vorazmente por la jauría de fascistas que andan por ahí, incluso gobernando países. Las empresas buscan el lucro, bien, pero hay conquistas inalienables. Es un orbe de paradojas, donde todavía nos toca ser testigos de la barbarie, del autoritarismo y los extremistas.

Los ideales que moldearon los beneficios de la civilización parecen insignificantes hoy. Solamente tenemos esta Tierra, pero actuamos como si nos sobraran por docenas otros astros similares a la vuelta de la esquina. Los abusos no están para tolerarse. Hay casos recientes repulsivos, efectos de una Justicia podrida, de una sociedad adicta, que mira para un lado sin medir las consecuencias. Y los niños no deben ser objeto de propaganda barata y asquerosa en favor de un gobierno. No están haciendo nada extraordinario, les falta mucho, y las responsabilidades se cumplen con transparencia, sin sobrefacturaciones.

El absurdo nos está llevando a volver a dictar las reglas de sana convivencia, cuando ya están definidas, y lo que necesitan acaso es adaptación. Sabemos qué está bien y qué está mal, pero sometemos la apreciación al arbitrio de la opinión en repetidas ocasiones. Y así nos va.

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