Paraguay está enfrentando serios cuellos de botella para lograr no solo reactivar la economía, sino también que el crecimiento tenga un efecto multiplicador en el empleo y los ingresos y por esta vía en el consumo.
La economía paraguaya ha sido históricamente dependiente de factores externos, lo que llevó a una alta volatilidad del crecimiento económico. Este hecho, junto con la escasa diversificación productiva y la estabilidad macroeconómica –factor positivo clave, por cierto– constituyen las principales características del desempeño económico en los últimos 15 años.
Paraguay no cuenta con políticas de desarrollo productivo que permitan impulsar la economía en el actual escenario internacional. Es el resultado de años de crecimiento centrado en la demanda internacional de productos agropecuarios sin haber impulsado un mercado interno fuerte, diversificación productiva o un aumento sustancial de productividad y competitividad en el sector industrial o de servicios.
En primer lugar, la estructura productiva basada en la exportación de pocos productos de bajo valor agregado y mercados hace difícil que, en un momento de bajo crecimiento y aumento del nivel de precios en casi todos los países del mundo, la economía paraguaya pueda reactivarse.
En segundo lugar, se encuentran las restricciones internas. Por un lado, el elevado endeudamiento ya no da espacio a un mayor financiamiento público por esta vía. Por otro lado, la dificultad de diseñar e implementar políticas en medio de sucesivas emergencias sin espacio fiscal.
En tercer lugar, es necesario considerar que además de buscar la reactivación, entendida como el aumento del producto interno bruto (PIB), se debe lograr que tenga un efecto multiplicador en los empleos e ingresos, objetivo relativamente difícil si se tienen en cuenta las variables anteriores.
De hecho, en los años anteriores a la pandemia ya habíamos verificado crecimientos del PIB promedio cercanos al 3% sin efectos en el empleo y con reducción de los ingresos reales.
La situación se complica si consideramos el factor inflación, ausente en el periodo señalado pero con fuerte presencia en la coyuntura actual.
En este contexto tan negativo, una reactivación económica necesita un conjunto de instrumentos de políticas que deben ser cuidadosamente diseñadas asumiendo la necesidad de transformaciones estructurales.
La experiencia pasada, las condiciones actuales y las aspiraciones de un futuro mejor exigen creatividad y valentía, vencer mitos y supuestos irreales, salir de la inercia y de los viejos paradigmas económicos, superar atavismos y, sobre todo, poner en el centro el interés general.
Esos grandes objetivos no son fáciles de impulsar con un sector público que no ha logrado implementar un servicio civil profesionalizado y una institucionalidad fuerte capaz de gobernar al margen del tráfico de influencia y la corrupción, condiciones necesarias para garantizar políticas que beneficien a la mayoría.
Estamos frente al gran desafío de una transformación productiva para enfrentar no solo esta coyuntura sino también cambiar la trayectoria, poniendo el país en el camino hacia el desarrollo.