Una gran parte de los jóvenes en Paraguay para poder estudiar necesitan trabajar porque la educación universitaria no es gratuita, ni universal y mucho menos barata. Si él o la joven no provienen de una familia que pueda solventar sus estudios, primeramente, tendrá que trabajar en cualquier oficio y, según sus posibilidades, buscará una carrera y una universidad que pueda costear.
Esta es la realidad de miles de jóvenes en el país, no es que no quieran estudiar al egresar del colegio –si es que logra pasar la estadística de deserción escolar que existe–, sino que las oportunidades son limitadas, sobre todo cuando la pobreza les roba una visión del futuro de prepararse como profesionales y se piensa solo en salvar el día.
Se aplaude a cada compatriota que logra sobresalir del Paraguay profundo y destacarse en sus estudios a nivel local como internacional, pero esa no es la historia de todos, lastimosamente, todo lo contrario son una pequeña excepción y para el análisis están los datos.
Un estudio publicado recientemente por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) denominado “Juventud desigual: Un reto para el desarrollo del Cono Sur” señala que casi 6 de cada 10 jóvenes en el Cono Sur viven en hogares pobres o vulnerables.
Entretanto, Brasil y Paraguay lideran las mayores tasas de pobreza juvenil, alcanzado el 25%. En estos dos países, 1 de cada 4 jóvenes de 15 a 19 años está en situación de pobreza.
La investigación registra que más de 8,5 millones los jóvenes NiNis (que no estudian ni trabajan) en el Cono Sur, de los cuales casi 6 millones son NiNiNis (que no estudian, ni trabajan, ni buscan empleo); la mayoría de ellos se encuentran en los quintiles más bajos de ingresos. En la última década, la proporción de NiNis aumentó en Paraguay, en el 2022, el 17% de los jóvenes del país, no estudian ni trabajan.
Al respecto, el estudio del BID advierte que las oportunidades futuras de desarrollo social y económico de los países están vinculadas directamente con las habilidades y capacidades que adquieran sus juventudes. Lo que realmente es lamentable es que las políticas para mejorar esta situación en el país está tan lejano de la realidad inmediata porque el Estado no invierte siquiera USD 2.000 por estudiante, cuando en países de la OCDE se invierte más de USD 10.000 en la educación de los estudiantes.
La cadena no se puede romper si la educación no llega a todos y no es de calidad, porque por efecto tampoco habrá empleos con mejores remuneraciones y, por ende, los ingresos de los trabajadores seguirán siendo bajos e insuficientes para salir de la brecha de pobreza.
Entre las conclusiones, el BID señala que es necesario pensar una segunda generación de políticas que apunten a atacar estas desigualdades, en un contexto de vulnerabilidad y más allá de lo educativo y lo laboral. En particular, los elevados retornos de la educación, que se traducen en salarios más altos para aquellos que logran completar los niveles secundarios y terciarios, indican que la educación es una de las herramientas más poderosas para combatir la pobreza y la desigualdad en la región. Además, la educación tiene impactos positivos en los jóvenes sobre otros ámbitos como la salud y la disposición a conductas delictivas.