04 dic. 2024

Parlamentarios insensibles y caraduras

No me imagino cómo ha de ser la vida con un salario de G. 38 millones, tener inmunidad e impunidad, y ser sujeto de una serie de privilegios del poder, traducidos en más remuneraciones, no pagarse ni los gastos de movilidad, contar con custodia, realizar viajes con jugosos viáticos, disponer de un ejército de “asistentes, asesores, consultores, consejeros, chofer, secretarias, meseros y cebadores de tereré”, pagados con dinero que no sale del bolsillo de uno, sino de otros, del resto de los ciudadanos que con sus impuestos sostienen el costoso y cada vez más gordo aparato estatal y las concesiones de quienes administran sus tres poderes.

Las autoasignaciones y la suma de más privilegios impulsadas por los parlamentarios, minimizada por el presidente de la República, reafirman la percepción de que estos “representantes del pueblo” ejercen el poder que se les confiere bajo la penosa consigna de “es nuestro momento, tenemos que aprovecharlo al máximo, para todo”. Es lo que hemos visto en décadas como leitmotiv de gran parte de los “representantes del pueblo”. Y, salvo contadísimas y admirables excepciones, en ese sentido, la presente legislatura no ha marcado ninguna diferencia con las anteriores. Incluso ahora el descaro es mayor.

Entre los argumentos más baladíes que les hemos escuchado decir a los parlamentarios para justificarse, uno es que si se compara con otros países de la región, ellos son los que menos ganan. Con ese razonamiento, el Presupuesto General de la Nación (PGN), que están aprobando sin aumentos para instituciones que atienden áreas de extrema vulnerabilidad, como niñez, población indígena, mujer y otros, tendría que haber introducido considerables aumentos a médicos, enfermeras, maestros, docentes universitarios, policías, bomberos, psicólogos, etc., que con toda seguridad se encuentran mejor remunerados en otros países.

Otros dos argumentos sumamente sesgados para justificar los autoaumentos parlamentarios los dio el presidente Santiago Peña: “Por un aumento de G. 15.000 millones no estoy dispuesto a vetar (el PGN)”. Además, los legisladores “me han dado todas las herramientas”, ni una le rechazaron, dice.

Lo que no podría ser de otro modo, si los cartistas y sus satélites actúan como una aplanadora cerrada a cualquier discusión para aprobar los proyectos de ley.

Además, aprobar o rechazar proyectos de ley son actos connaturales al Poder Legislativo. Entonces, tampoco es justificación para decir que por hacer lo que es parte de sus funciones los congresistas merecen autopremiarse con más dinero de la gente.

En realidad, estos legisladores, siempre resaltando a los que hacen la diferencia en ambas Cámaras del Congreso, viven como en un táper. Están desconectados de la realidad, son insensibles, incoherentes y extremadamente soberbios y autoritarios.

Tienen además una preocupante idea de lo que es democracia porque, desde el pedestal de fuerza mayoritaria y aplastante, desconocen y buscan destruir las voces disidentes, las minorías, el pluralismo, las críticas y exigencias de rendición de cuenta y transparencia. Se sienten gigantes y pisotean todo cuanto se le atraviese en el camino.

Si no tuvieran los privilegios que tienen y si en su desempeño existiera un mínimo de sentido de servicio, deberían movilizarse en ómnibus, buscar atención médica en los hospitales del Estado, pagarse sus viáticos en cada viaje, y tener vedado los cupos para atiborrar el Congreso y otras instituciones del Estado con sus parientes, amantes, ahijados, vecinos y operadores políticos.

Debería ser una regla que, al menos, meses antes de estudiarse el PGN recorran y descubran el país para ver si se sensibilizan y comprenden dónde debe ponerse el énfasis a la hora de decidir las partidas presupuestarias. Así evitaríamos las obscenas brechas generadas entre ellos, ciudadanos de primera categoría, y el resto del pueblo. Como ahora.

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