El viento que llega desde uno de los accesos al Pasaje de La Encarnación, sobre la calle Montevideo, ayuda a aplacar el calor del día.
Parado en el umbral de su casa, Felipe Recalde recuerda cuando de pequeño iba a jugar con otros niños en el sitio.
“Yo vivía sobre la calle General Díaz y venía a jugar acá con otros de mi edad. Este era un lugar de tierra. Cuando llovía se convertía en un lodazal. Luego se puso el adoquinado”, recuerda el vecino del lugar.
Para la gran mayoría de las personas estos sitios no llaman la atención. Sin embargo, cada uno tiene su propia identidad y entorno.
Básicamente un pasaje es un punto de comunicación entre dos vías más importantes. Se caracteriza además por su estrechez y corta extensión.
Con dichas características, de manera involuntaria terminan convirtiéndose en un atajo entre dos calles más transitadas, explica el arquitecto Carlos Zárate, magíster en restauración y conservación de bienes arquitectónicos y monumentales.
El arquitecto es uno de los diseñadores del acceso al Pasaje Comuneros ubicado en el barrio Ricardo Brugada.
Desde lo histórico, los pasajes de San Jerónimo y Ricardo Brugada corresponden a la ciudad que quedó luego de la intervención urbanística que el doctor José Gaspar Rodríguez de Francia realizó en 1821. Como ambos barrios formaban la periferia y eran poco habitados, dicha restauración no llegó a ellos.
Identidad
Existen varias diferencias entre los pasajes y las calles adyacentes que les dan unas características particulares.
“Esto tiene otro ritmo porque estas calles son breves y no facilita el tránsito vehicular. Tampoco afloran los programas comerciales”, dice Zárate mientras camina sobre el atajo ubicado entre Manduvirá y Piribebuy, cerca de 15 de Agosto y O’Leary.
Esas características de los atajos permite darles a dichos espacios un carácter más residencial, como de barrio, agrega el arquitecto que también es coordinador del área de Teoría y Urbanismo FADA UNA.
“Al salir de acá, unos 50 metros ya tiene otro ritmo”, apunta. Otro detalle que remarca es que la temperatura dentro del pasaje es menor a la de las calles transitadas continuamente por diversos vehículos.
Las construcciones en estas calles pequeñas muestran también parte de la historia arquitectónica en diversas épocas, como un patrimonio tangible.
La tranquilidad y casi la ausencia de polución que se perciben en los pasajes son su patrimonio. “Protejamos eso”, recalca el docente de FADA UNA.
Posibilidades
El atajo de La Encarnación, que conecta Montevideo con la calle Víctor Haedo, suele ser visitado por fotógrafos aficionados. También allí se llegaron a filmar publicidades.
Hasta hace unos años al lado del acceso sobre Montevideo, cada diciembre el atractivo era el pesebre gigante de la familia Caló.
Felipe Recalde, quien vive hace 30 años en el lugar, comenta que hubo conversaciones con la Municipalidad hace unos años para potenciar el pasaje. Pero no pasó nada.
“Acá hay dos posiciones bien claras entre los vecinos. Algunos están de acuerdo con hacer cosas y otros con conservar la tranquilidad”, dice.
Zárate hace una especial observación sobre la posibilidad de convertir a estos lugares en sitios turísticos.
Ejemplica que si eso se quisiera convertir como uno de los callejones que se encuentran en las principales ciudades de Europa, probablemente quede vistoso desde lo estético.
“Pero muy probablemente se van a perder las características que le hacen único a este lugar también”, argumenta el arquitecto.
Recalca que no todo tiene que ser pensado solamente para el turismo. “Uno de los errores grandes de las administraciones municipales es pensar todo en clave de turismo”
“Acá uno puede conocer qué vértigo, sonido, temperatura, olor tenía la ciudad y que se perdió, está en este lugar”, describe el arquitecto al hablar de estos pasajes, remansos de tranquilidad de la ciudad oculta en el día a día.
Opinión
“Pensamos hacer un caminero o portales de plantas. Existen dos posiciones definidas entre los vecinos. Hacerlo más limpio y vistoso o seguir manteniendo la tranquilidad”.
Felipe Recalde, vecino.