En un momento en que en las redes sociales y en los medios de comunicación tradicionales, encontramos permanentes ataques y descalificaciones a la clase política, este artículo probablemente no va a ser muy bien recibido.
Porque si bien comparto la indignación con todo lo que está sucediendo, especialmente en el Poder Legislativo y en el Judicial, no estoy de acuerdo en acusar a los políticos como los únicos responsables de este Estado de corrupción e incompetencia que sufre nuestra sociedad.
No comparto esa actitud de “disparen contra los políticos”, primero porque ellos fueron elegidos por nosotros y segundo porque creo que realmente son muy representativos de la sociedad paraguaya en su conjunto.
La misma corrupción e incompetencia que veo en el mundo político, también veo en el mundo empresarial, en los sindicatos, en las organizaciones sociales y en las iglesias.
Me preocupa la constante descalificación de la actividad política, porque la considero como la más noble de todas las actividades, porque su función es la búsqueda el bien común.
Me preocupa porque sin la política no existiría la sociedad, porque ella es la responsable de administrar lo que debería ser de interés de todos: salud, educación, seguridad y justicia.
Me preocupa porque como dice el filósofo español Fernando Savater, “en democracia todos somos políticos”, porque el votar y participar es una decisión política; y el no votar y no participar también es una decisión política. Pero lo que más me preocupa es que una gran parte de la sociedad paraguaya pasó de una actitud apolítica durante la dictadura de Stroessner a una actitud antipolítica en esta era de democracia.
En la época de Stroessner –debido a los riesgos de la vida misma– nuestros padres insistían en el “no te metas en política”, y lo que consiguieron es que una gran mayoría de esa generación se dedicara a sus actividades personales y no se metiera en absoluto en los temas de interés público.
Recordemos que los griegos decían que el hombre era un animal político, porque solamente viviendo en sociedad se convertía en humano, mientras que viviendo solo se convertía en una bestia.
Por eso, Aristóteles llamaba “idiota” al que no participaba en política, pero la palabra “idiota” no significaba tonto o poco inteligente, sino significaba ser una persona egoísta, solamente interesada en satisfacer sus necesidades o intereses personales, sin importarle absolutamente nada de lo público... de lo político.
En la época de la dictadura, por temor, una gran parte de la población paraguaya fue “idiota”... fue apolítica.
Pero al llegar la democracia la situación cambió radicalmente, porque desapareció el riesgo de vida que significaba el participar en la política.
Ahora la participación política puede ser indirecta, activando en gremios, sindicatos, movimientos sociales o en las organizaciones no gubernamentales; o puede ser directa, participando en los partidos políticos, candidatándose a los diferentes cargos públicos y ejerciéndolos.
Sin embargo, en los últimos años ha aparecido con una enorme fuerza una nueva forma de participación... las redes sociales.
El problema es que estas redes sociales han demostrado tener un gran poder político destructivo, pero un nulo poder político constructivo.
Las redes sociales han servido para oponerse, para ser anti algo, pero no nos sirven para construir algo. Para eso es imprescindible la política.
El ejemplo lo vivió el mundo cuando en Egipto pudo derrocarse a un dictador como Hosni Mubarak, pero detrás de eso vinieron el vacío y la anarquía.
Por eso me preocupa la actitud antipolítica que hoy se respira en las redes sociales y en los medios de comunicación.
Es cierto que la mayoría de nuestros políticos son corruptos y populistas, pero los elegimos nosotros. Si queremos tener una mejor política, tenemos que elegir a mejores representantes. Pero difícilmente ellos van a ser muy diferentes a nosotros.
Solamente vamos a tener una mejor política, cuando tengamos una mejor ciudadanía y para eso la única receta es... educación, educación y educación.