05 feb. 2025

Patrimonio inmaterial… ¿y ahora qué?

Darío Lugo — @darilu1970

A unos cien años de haberse gestado el gran aporte que Paraguay viene exponiendo al mundo, mediante un ritmo musical inédito hasta ese entonces, y con la reciente declaración de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, mediante la Unesco, cabe reflexionar sobre las implicancias y el mayor alcance que debería tener la guarania como tesoro que traza la vivencia más profunda del ser nacional.

Pompa y boato, declaraciones rimbombantes, figuretismo oficial y embanderamiento con la causa –para llegar a la cúspide en el reconocimiento internacional– llenaron los espacios a fines del año pasado en la 19ª Reunión del Comité Intergubernamental para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Unesco, realizada en Asunción.

La guarania se encumbró y vistió sus mejores galas, por el empuje mediático y las expresiones a boca llena de propios y extraños, por el orgullo genuino de sus propulsores cotidianos y el coyuntural respaldo del Gobierno, para catapultar la importancia de conservar y revalorizar esta genial creación del maestro José Asunción Flores que, con espíritu universal, supo llegar a muchos rincones y abrazar las causas populares mediante el arte musical, pero también en el sentido humano y social.

Justamente, la ideología del creador le valió el destierro y el desprecio de las autoridades de aquel entonces, alineadas a la doctrina de un mundo bipolar donde se aceptaban las imposiciones del capitalismo en detrimento de todo lo que hacía referencia al bloque comunista, cosmovisión esta última con la que se relacionaba Flores, en su búsqueda de equidad y justicia social.

Por eso, lejos de su tierra y desde el Río de la Plata comenzó a brillar la luz de sus creaciones, que llegaron a ser interpretadas por grandes orquestas, y empezó a ganar espacio la cadencia que reflejaba los avatares de la tierra, el sufrimiento del ámbito rural, la voz del desamparo y la lírica propia del amor.

Con Flores, se abrió la veta para expresar el sentimiento genuino de un Paraguay anhelante de paz y justicia, y le siguieron otros grandes creadores, como Manuel Ortiz Guerrero y Herminio Giménez, quienes también dejaron su impronta en el acervo musical plenamente autóctono. No faltaron luego las variantes y las fusiones, los estilos que llegaron luego y que buscan reinterpretar el género para los oídos posmodernos.

Ante la reciente oleada fervorosa en defensa de la guarania, nos preguntamos si la energía renovada servirá para una mejor comprensión de parte de la gente acerca de la riqueza artística en las composiciones, si contribuirá para el mayor goce de sus ritmos y creaciones, puesto que –como toda obra inserta en un espectro popular– experimenta y hasta sufre los rigores de la invasión de otros ritmos hegemónicos, que buscan homogeneizar los gustos y desdibujan el abanico de opciones para el disfrute de la música, en general.

Al no contar con espacios adecuados, cualquier creación va cayendo en el paulatino olvido, y de nada sirve generar decretos obligatorios –como en algún momento se ejecutó–, ya que –como la lectura por placer– nunca se vio resultado positivo en la imposición, sino más bien en el incentivo y la relación que se plasma entre la naturaleza del ser y sus expresiones más auténticas, con el acompañamiento pedagógico que refuerce la valoración hacia las creaciones nacionales.

Ciertamente que sobre gustos no hay nada escrito, pero existen estrategias para animar a nuevas generaciones a revalorizar el espectro de ritmos propios, incluyendo las fusiones y géneros que buscan enriquecer ese patrimonio. Uno se imagina que desde la cartera de Estado que vela por la educación también se trazan planes para reivindicar lo logrado a nivel internacional, para que la guarania vaya ganando más espacios en el imaginario colectivo.

Solo de esa manera valdrá el éxito de la campaña para ubicar a esta genial creación centenaria en el merecido mayor pedestal de la humanidad.

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