06 abr. 2025

Pérdida del olfato predice la demencia, entre ellas la del alzhéimer

La disminución del sentido del olfato de una persona a lo largo del tiempo no solo puede predecir la pérdida de la función cognitiva, sino que también su rápido declive puede prever cambios estructurales en regiones del cerebro que son importantes para la enfermedad de Alzheimer y la demencia en general.

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La memoria desempeña un papel fundamental en la capacidad humana para reconocer olores y la comunidad científica conoce desde hace tiempo la relación entre el sentido del olfato y la demencia, según la Universidad de Chicago. Foto: Gentileza.

Esta es la principal conclusión de una investigación liderada por la Universidad de Medicina de Chicago que ofrece “otra pista” de cómo un rápido declive del sentido del olfato es un indicador “realmente bueno” de lo que va a acabar ocurriendo estructuralmente en regiones específicas del cerebro, resume Jayant M. Pinto, uno de sus autores.

Basada en un estudio de seguimiento a 515 adultos mayores, se publica en Alzheimer’s & Dementia: The Journal of the Alzheimer’s Association.

La memoria desempeña un papel fundamental en la capacidad humana para reconocer olores y la comunidad científica conoce desde hace tiempo la relación entre el sentido del olfato y la demencia, recuerda un comunicado de la Universidad de Chicago.

Las placas y ovillos –de proteínas– que caracterizan el tejido afectado por el alzhéimer suelen aparecer en las zonas olfativas del cerebro y las asociadas a la memoria antes de desarrollarse en otras partes de este órgano. No obstante, aún se desconoce si este daño es el causante de la disminución del sentido del olfato de una persona.

Pinto y su equipo querían ver si era posible identificar alteraciones en el cerebro que se correlacionaran con la pérdida de olfato y la función cognitiva de una persona a lo largo del tiempo.

Sepa más: Las esponjas marinas podrían ayudar contra el alzhéimer y Covid-19

“Nuestra idea era que las personas con un sentido del olfato que disminuía rápidamente con el tiempo estarían en peor forma –y tendrían más probabilidades de tener problemas cerebrales e incluso el propio alzhéimer– que aquellas en las que este disminuía lentamente o mantenían un sentido del olfato normal”, detalla Rachel Pacyna.

El equipo utilizó datos anónimos de pacientes del Proyecto de Memoria y Envejecimiento de la Universidad Rush, iniciado en 1997 para investigar afecciones crónicas del envejecimiento y enfermedades neurodegenerativas, como el alzhéimer.

Los pacientes se someten a pruebas anuales para comprobar su capacidad de identificar ciertos olores, su función cognitiva o los signos de demencia; a algunos también se les realizó una resonancia magnética.

En sus observaciones, los científicos descubrieron que un rápido declive del sentido del olfato de una persona durante un periodo de cognición normal vaticina múltiples características de la enfermedad de Alzheimer, incluyendo un menor volumen de materia gris en las áreas del cerebro relacionadas con el olfato y la memoria, una peor cognición y un mayor riesgo de demencia.

De hecho, el riesgo de pérdida del sentido del olfato era similar al de ser portador del gen APOE-e4, un conocido factor de riesgo genético para desarrollar alzhéimer.

Los cambios eran más notables en las regiones olfativas primarias, incluyendo la amígdala y corteza entorrinal, que es una entrada importante al hipocampo, un sitio crítico en el alzhéimer.

“Pudimos demostrar que el volumen y la forma de la materia gris en las zonas olfativas y asociadas a la memoria en personas con un rápido declive del sentido del olfato eran menores en comparación con las que tenían un declive olfativo menos grave”, resume Pinto.

Según el investigador, este estudio “hay que tomarlo en el contexto de todos los factores de riesgo conocidos del alzhéimer, incluidos los efectos de la dieta y el ejercicio”.

“El sentido del olfato y los cambios en el mismo deben ser un componente importante en el contexto de una serie de factores que creemos afectan al cerebro en la salud y el envejecimiento”.

Para Pacyna, si se pudiera identificar a las personas de 40, 50 y 60 años que corren mayor riesgo desde el principio, se podría tener suficiente información para inscribirlas en ensayos clínicos y desarrollar mejores medicamentos.

No obstante, los científicos admiten algunas limitaciones del estudio, como que los participantes solo disponían de una resonancia magnética, faltando datos, por tanto, para precisar cuándo comenzaron los cambios estructurales en los cerebros o con qué rapidez se redujeron las regiones cerebrales.

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