Hoy meditamos el Evangelio según san Mateo (6:7-15). En la homilía de hoy, el papa Francisco quiere destacar este aspecto: que la familia es un gran gimnasio de entrenamiento en el don y en el perdón recíproco sin el cual ningún amor puede ser duradero.
Sin entregarse y sin perdonarse el amor no permanece, no dura. En la oración que él mismo nos enseñó –es decir, el PadreNuestro– Jesús nos hace pedirle al Padre: “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.
Y al final comenta: “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre celestial, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas”. No se puede vivir sin perdonarse, o al menos no se puede vivir bien, especialmente en la familia.
Cada día nos ofendemos unos a otros. Tenemos que considerar estos errores, debidos a nuestra fragilidad y a nuestro egoísmo. Lo que se nos pide es curar inmediatamente las heridas que nos provocamos, volver a tejer de inmediato los hilos que rompemos en la familia.

Si esperamos demasiado, todo se hace más difícil. Y hay un secreto sencillo para curar las heridas y disipar las acusaciones. Es este: no dejar que acabe el día sin pedirse perdón, sin hacer las paces entre marido y mujer, entre padres e hijos, entre hermanos y hermanas... entre nuera y suegra.
Si aprendemos a pedirnos inmediatamente perdón y a darnos el perdón recíproco, se sanan las heridas, el matrimonio se fortalece y la familia se convierte en una casa cada vez más sólida, que resiste a las sacudidas de nuestras pequeñas y grandes maldades. Y por esto no es necesario dar un gran discurso, sino que es suficiente una caricia: una caricia y todo se acaba, y se recomienza. Pero no terminar el día en guerra.
(Frases extractadas de https://es.catholic.net/op/articulos/13056/cat/565/padre-nuestro-que-estas-en-los-cielos.html#modal