Paraguay está cambiando aceleradamente en todos los ámbitos. El bono demográfico se empieza a agotar mientras que el envejecimiento de la población impone complejidad, dado que gran parte del Estado paraguayo se ha centrado más en la niñez que en cualquier otro grupo etario. Aun así, el esfuerzo ha sido tan bajo que actualmente casi la mitad de los niños, niñas y adolescentes sufren algún tipo de carencia ubicándolos en pobreza monetaria o multidimensional.
Los rezagos en materia de infraestructura persisten. Establecimientos de salud y educación precarios, baja cobertura de agua, saneamiento y conectividad, importante déficit habitacional, amplias zonas sin caminos de todo tiempo, áreas urbanas con riesgos de colapso en días de lluvia.
En un contexto de atrasos con respecto a los países de la región se suma una crisis múltiple económica, sanitaria y climática requiriendo a los países medidas de manera a prevenir, mitigar y adaptarse.
El mundo debe iniciar profundas transiciones económicas, sociales y energéticas. Paraguay se ubica entre los países con mayores oportunidades debido a su estructura demográfica relativamente joven, a la disponibilidad de recursos naturales y a la producción de energía renovable.
El aprovechamiento de estas oportunidades depende de la acumulación de capital humano, ampliación de la infraestructura vial, económica, social y comunicacional que a su vez requiere reformas en todos estos ámbitos y, sobre todo, un mayor esfuerzo fiscal.
Estos grandes cambios a nivel nacional e internacional no están logrando transmitirse a las políticas públicas nacionales. El sistema tributario, educativo, sanitario, la infraestructura, el modelo económico deben ser objeto de transformaciones en el corto plazo de manera a que nuestro país se inserte en una economía global de manera resiliente y, sobre todo, garantizando mejores vidas a sus ciudadanos.
Sin cambios en la política pública tampoco habrá cambios en el Presupuesto público, lo cual genera profunda preocupación. Existen discursos en torno a la necesidad de romper la inercia en casi todos los ámbitos, pero si no se incluyen fondos para su implementación se convierten en aspiraciones, con una brecha muy amplia con respecto a la realidad.
Está de más señalar que un cambio interno imprescindible es el del servicio civil. Así como está el Presupuesto, la mayor parte de los fondos se destinan a financiar recursos humanos sin la vigencia de carrera civil y con un alto porcentaje de operadores y afiliados a un partido político. Igual de importantes son los cambios en las contrataciones públicas, caracterizadas por la falta de competencia en la oferta, mal manejo de contratos y la existencia de sobrefacturaciones, tráfico de influencia y conflicto de intereses. No se observan cambios en ninguno de los dos sentidos.
El Presupuesto público debe ser capaz de reflejar las necesidades y las transformaciones; sin embargo, lo que se prevé para el año 2023 es más de lo mismo, al contrario de las aspiraciones de los paraguayos, que esperan que en años de crisis el sector público cumpla con su rol.
Ojalá el escenario del statu quo cambie en las próximas semanas y autoridades fiscales y parlamentarios nos den una sorpresa positiva, pero al parecer no habría que esperar mucho.