Por Fernando Moure, crítico de arte
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La muestra de la artista Bettina Brizuela (Asunción, 1969), exhibida en noviembre en la galería BGN de Asunción y titulada Pinturas inacabadas, enseña la carrera de una creadora que ha pasado por muchos cambios desde su primera exposición en la galería Casa Mayor (2000). Debido a todas estas transformaciones y la amplia gama de técnicas que ha dominado, desde el grabado hasta el dibujo, la pintura, la fotografía, la escultura, el video y la instalación, su arte no se puede caracterizar.
La exposición en sí es una declaración, un manifiesto sobre la libertad de la artista a la hora de acometer una investigación visual. A Bettina le interesan tanto, pero tanto, las cosas de este mundo (incluyendo en esta categoría de mundo a la realidad más convencional y prosaica) que no se me ocurre más que comparar su empresa visual con la imagen de una gran caja de maravillas repleta de objetos que luego son traídos hacia el exterior.
La propuesta de montaje puede entenderse también como una serie de cajas bidimensionales o en tres dimensiones, conteniendo pinturas, dibujos y objetos. Acoger este mundo material y expresarlo exteriormente con formas múltiples adensan y complejizan su aparente contenido banal, y aún más allá de la comprensión de estilos transitados como el surrealismo o el dadá.
Este arte propone un juego, pero es un asunto serio porque establece sus propias reglas cuando es necesario. El arte es forma porque solo a través de la forma puede comunicar su contenido. Para tomar forma, depende del material o de los materiales, pero sobre todo, de ideas claras, o lo más universales posibles que dirijan el hacer artístico.
Me siento atraído desde mucho tiempo por el trabajo de esta artista porque es medible tanto en términos de trabajo activo y del aire de realidad que atraviesa su obra, con un muestrario de objetos aprensibles, en el sentido más literal. Pero también me fascina cómo ella es capaz de crear fantasías geométricas y orgánicas, lugares imaginarios o simplemente “no lugares” con un énfasis particular en los efectos espaciales de la arquitectura.
Elegir como punto de partida un título provocador y que incluya el adjetivo inacabado podría sugerir cierta morosidad o pereza. Y es justamente este discurrir, este pensamiento sobre el mundo y sus elementos, el meditar nuestra realidad urbana, o en los enseres domésticos, en los imaginarios de los medios de masas que hacen a esta serie de gran interés. Otra vez, la libertad.
El anhelo por el aquí y ahora, por un lugar sin una narrativa, concepto o convenciones específicas o sin terminar, de inacabado. Sé que son consideraciones románticas; sin embargo, la libertad expresiva de Bettina es capaz de configurar lugares en la topografía emocional de los lectores de arte.
Pinturas inacabadas me hizo pensar en tránsitos, en flujos, en la experiencia de abandonar un lugar para llegar a otro, en la experiencia de desplazamiento, o de des-ubicación, todo en estos extraños lugares que inventa Bettina. Hoy en día, en un mismo lugar, digamos Asunción del Paraguay, se superponen y entrelazan muchas orientaciones y herencias culturales diferentes: la cultura actual no es uniforme, sino polifónica, y es un punto de encuentro de muchas memorias colectivas.
Teniendo en cuenta estas y otras preguntas similares, Bettina Brizuela borra lugares y centros, y su brújula, sin narrativas significativas, nos dirige a nuevas imágenes del mundo industrial, urbano o natural, dando alas a la imaginación en una metrópolis tropical en busca de artistas que la pinten en sus esquinas y ángulos entrañables.