Esa integración inteligente es la que hará posible la llegada de importantes inversiones extranjeras y el acceso con nuestros productos a los grandes mercados internacionales. Esto es fácil decir, pero es tremendamente difícil hacerlo realidad porque todos los países del mundo quieren lo mismo.
Todos quieren generar trabajo para su gente, todos quieren recibir inversiones del exterior y todos quieren producir y que los otros países les abran sus mercados a sus productos.
Insertarse en el mundo es como salir a pescar en un gran océano, donde encontraremos grandes amenazas como los temibles tiburones, pero donde también encontraremos grandes oportunidades para una inmensa pesca a nuestra disposición.
La nave que debe conducir a nuestro país en ese océano es nuestra política exterior. En ella debe definirse el rumbo a seguir, cuáles son nuestros aliados y socios en esta travesía y cuáles son las amenazas que debemos enfrentar.
Bajando todos estos conceptos a nuestra realidad regional, vemos que un país como el Uruguay –más pequeño que nosotros– ha alcanzado un nivel de desarrollo muy superior al nuestro, entre otras cosas gracias a tener una clara y consistente política exterior.
Como me decía el ex senador uruguayo Sergio Abreu “somos un país chico y tenemos que saber jugar de chico”. Para jugar de chico el Uruguay nunca quiso alinearse o atarse a ninguna superpotencia mundial o regional.
Por ejemplo: Está en el Mercosur, pero está pidiendo su liberalización mientras negocia con China un acuerdo de libre comercio y acaba de firmar con los Estados Unidos la Alianza para la Prosperidad de las Américas.
Mientras el Uruguay hace esto, el Paraguay hace exactamente lo contrario. Hoy nuestra política exterior se encuentra maniatada por diversos conflictos de intereses internos y externos que nuestra clase política es incapaz de definir y sortear.
Uno es el viejo conflicto de no tener relaciones diplomáticas con China, que es el mayor inversor en Sudamérica, y el principal mercado para nuestros productos de exportación…para no enemistarnos con los Estados Unidos.
El nuevo conflicto es la no firma de la reciente Alianza para la Prosperidad de las Américas impulsada por el Gobierno de Biden, supongo que para no enemistarnos con el Brasil de Lula que quiere volver a ser el líder regional y no cederle ese espacio a la gran potencia del norte.
El otro motivo de la no firma de esa “alianza” es porque el objetivo de la misma es promover el crecimiento económico inclusivo, que abarca a grupos históricamente excluidos como: Los pueblos indígenas, los afrodescendientes y …las personas LGTBQI, tema sobre el que existe una gran polarización y división en nuestro país, pero un cada vez mayor consenso internacional favorable.
Cuando digo que el Paraguay tiene una política exterior sin rumbo, no estoy poniendo toda la responsabilidad en la Cancillería o en el Servicio diplomático, donde contamos con muchas personas capaces y que conocen perfectamente estos conflictos, pero que no tienen el poder para solucionarlos.
La política exterior es simplemente la otra cara de la política interior. Si la sociedad paraguaya no se pone de acuerdo en lo que quiere, en lo que puede y en lo que debe y no existe una clase política más ilustrada que articule los intereses internos y que conozca la compleja realidad internacional, va a ser imposible tener un rumbo en lo interno y en lo externo.
Si en las próximas elecciones elegimos a los políticos de siempre, seguiremos sin rumbo. Tengamos presente la frase del gran filósofo estoico y escritor romano Séneca “cuando no sabes hacia donde navegas…ningún viento es favorable”.