Hay acciones que desde el Estado deben gestarse para reencauzar el sendero; y el rol de la sociedad civil tiene que ser más activo. No funciona casi nada y las quejas ciudadanas se multiplican diariamente.
Comencemos por la salud: Hay que asignar más presupuesto y apostar a la prevención, porque solo se emparchan las consecuencias: polladas para sostener el gasto por el familiar enfermo, llanto amargo para conseguir una cama en hospitales públicos, huida desesperada a la Argentina, donde el sistema es abismalmente superior, desatención absoluta a la salud mental.
Sigamos: es imperiosa la necesidad de reformar el sistema educativo anquilosado. Decía un director de colegio: “Tenemos niños y niñas del siglo 21, orientados por profesores del siglo 20 y con infraestructura del siglo 19”. Por supuesto, años luz de diferencia con modelos regionales, donde la tecnología ya está al día y los avances científicos también puestos al servicio de la educación, mientras en Paraguay aún se transita con solo la mitad del presupuesto, respecto del PIB, para el Ministerio de Educación y Ciencias de lo que recomienda la Unesco, en el marco desolador de la falta de insfraestructura adecuada en todo el país y con la merienda escolar que llega siempre a mitad de año.
También hay falta de infraestructura en los sistemas de transporte y comunicación, con zonas productivas que no cuentan aún con caminos de todo tiempo para sacar los insumos o productos a los centros de consumo, el transporte público es una directa burla al usuario, mientras que hasta las principales avenidas capitalinas están sumamente deterioradas y la logística en general es cara, lo que hace perder competitividad.

Agreguémosle la pandemia interminable de la inseguridad, en cada esquina, a toda hora, impúdica y hasta con anuencia de las mismas fuerzas del orden, que perdieron el rumbo y la autoridad para repeler la violencia y la saña con que marginales aplican el robo cotidiano de bienes, lo que perjudica en mayor medida a la clase trabajadora, indefensa ante la ola interminable de asaltos.
La lista es mucho más larga, debemos reconocerlo. Pero apostemos a buscar salidas a corto, mediano y largo plazo, antes que llegue la hecatombe absoluta.
Primeramente, el 30 de abril próximo se dará una magnífica oportunidad para elegir bien a las nuevas autoridades, que deberán plasmar en la práctica lo prometido y ser patriotas a la hora de decantar por el bien común y la ciudadanía, antes que meramente pagar los tradicionales favores políticos a quienes les catapultaron para llegar al cargo con oscuras financiaciones.
Segundo, toda la sociedad debe hacer el compromiso y contemplar un pacto social, con roles de mayor y menor preponderancia, pero cohesionada; puesto que los intentos atomizados y en compartimientos estancos nunca resultan en transformaciones de valor. Apenas son parches pasajeros. A nadie escapa que esta generación y quizá la siguiente deben hacer el sacrificio para avizorar mejores días en los nietos y bisnietos. De otra, será difícil avanzar. Ejemplos de resiliencia: Alemania y Japón luego de ambas guerras mundiales.
Tercero, la convivencia democrática no debe dejar de lado el castigo a los deshonestos y quienes quieren apropiarse de la cosa pública. Demasiada impunidad retroalimenta siempre el privilegio para los ciudadanos de primera y los males para la gente común. A la larga, muchos quieren subir al carro del indulto o la amnistía, ya que el paradigma es que casi nadie resulta penado ni ante la flagrancia.
Actuar a tiempo evitará la prosecución de muchas angustias, pero eso será solo con verdadero liderazgo y orientando el devenir como nación, incluyendo a todas las fuerzas en el sano y respetuoso disenso. Entonces, ¿cómo encarar la problemática? Para ello, animo al lector/a a traducir día a día, en su quehacer cotidiano, el alcance de la palabra patria.