Esa fue la actitud con la que se afrontó al difícil 2019, el año de la famosa “tormenta perfecta” que arrastró a la economía paraguaya a una caída de 1,1% hasta setiembre y se estima que cerró diciembre con un estancamiento del producto interno bruto (PIB), al arrojar una variación de apenas 0,2%, según proyecciones oficiales.
Al término de cada presentación de perspectivas, tanto desde el sector privado como del Gobierno, se ponía énfasis en la recuperación que se daría prácticamente de manera indiscutida en el 2020, con un crecimiento económico nuevamente en torno al potencial del país, con estimaciones de 3% a 4%.
Esta insistencia en el carácter transitorio que tendrían las condiciones económicas adversas llevó a que los ánimos se reviertan totalmente desde los primeros días de este recién nacido 2020, tal es así que al 2019 ya se lo apoda como el “año para el olvido”.
Sin embargo, lejos de olvidarlo, debemos tener presente al conjunto de factores que llevaron a la población paraguaya a sufrir los efectos de golpes que en su mayoría fueron inevitables: un clima severo, bajos precios internacionales de productos de exportación y deterioro de los países vecinos y principales socios comerciales.

Ya son ampliamente conocidas las características de nuestros ciclos económicos: a dos o tres años de bonanza agrícola, le sigue un año de bajón que afecta en mayor medida a los sectores menos favorecidos. En el 2019 se sumó el elemento de un Gobierno que no terminaba de instalarse en el Palacio de López y que generaba aún más incertidumbre, con constantes crispaciones políticas y obras que se paralizaron en la primera mitad del año.
Los grandes productores de soja y los no menos potentados ganaderos recibían una ayuda casi inmediata, ya desde abril pasado, mediante mayores flexibilidades para el cálculo de sus calificaciones de deuda y la disponibilidad de fondos con los cuales se garantizara una siguiente producción exitosa. Estas medidas de alivio financiero partieron desde el Gobierno, pero la banca privada ya tenía preparada la respuesta a sus clientes afectados, por lo que recursos como los ofrecidos por la Agencia Financiera de Desarrollo (AFD) tuvieron un casi nulo nivel de utilización.
Mientras tanto, segmentos como las microempresas no recibían el mismo respaldo y el mercado laboral sufriría un importante deterioro de las condiciones de trabajo, con una caída en el promedio de ingreso de los asalariados y un aumento del endeudamiento de las familias.
La conducción económica del país y el mundo de los negocios han aprendido a enfrentar los años malos para proteger a los sectores que de por sí cuentan con una mayor “espalda”. Ahora queda pendiente el trabajo de desarrollar estrategias de asistencia financiera a los segmentos más vulnerables y la protección del empleo, para que los golpes duelan menos y la recuperación sea más rápida.
Celebremos al 2020 y la luz que se asoma, pero recordemos que otro túnel llegará y tendremos que estar preparados para transitarlo.