06 jul. 2024

Presente y futuro bajo embargo

Más allá de los discursos grandilocuentes, las promesas de buena gestión, los festejos recientes en su fecha especial y los indicadores que sitúan a la niñez y adolescencia en un teórico primer plano en las inversiones, lo que se evidencia cotidianamente es un escenario lejano a todas esas buenas intenciones, con responsabilidades compartidas entre Estado y sociedad civil.

Desde el infeliz manoseo que se gesta frente a una donación extranjera, para paliar lo que el mismo estamento público no tiene la decencia de cumplir con kits necesarios y merienda escolar, hasta la violencia diaria que desciende implacablemente hacia los niños, niñas y adolescentes del país, vemos un abanico de elementos agresores en contra de las posibilidades de crecimiento que les permita ser actores paradigmáticos en un futuro, y en cuyas manos estarán las decisiones dentro de la sociedad.

Muchos actores de relevancia en la sociedad y dirigentes políticos se llenan la boca con discursos huecos, dicen defender la impronta moral que cobija a la infancia o gestan proyectos que en teoría benefician a este grupo etario, pero intoxicados con esquemas de corruptela y cuyo resultado solo privilegia con más espacio de poder hacia sí mismos, en detrimento de los hipotéticamente favorecidos.

Podríamos enumerar martilleo que de manera sistemática se cierne sobre la niñez paraguaya, en cuya base piramidal experimentan orfandad de una acorde política pública los infantes de pueblos originarios y de poblaciones rurales, pasando por los inocentes rostros de precarios asentamientos, hasta los pequeños ninguneados que pueblan esquinas citadinas con mucho tránsito y buscan acceder a algunas monedas, y que lanzan las interrogantes más filosas sobre lo que no se alcanza a hacer por ellos. Las interpelaciones son cotidianas y no tienen respuestas.

Junto con la franja poblacional de mayor edad, los niños y niñas de condición social vulnerable siempre fueron los menos atendidos por los programas de gobierno. La inversión es casi nula para atender a la primera infancia y sus complejas necesidades, que constituyen el primer eslabón para que se geste luego el llamado bono demográfico, aquella franja de jóvenes que deberían estar capacitados para encarar la vida, ser la fuerza laboral y participar activamente en el devenir del país.

Lo que se contempla con más énfasis últimamente es el errático foco en apostar por el cimiento, por cuidar el germen de una futura sociedad tolerante y democrática, brindando mayor inclusión hacia los que hoy siguen siendo expulsados de los beneficios sociales. Más bien se replica el cúmulo de casos en los que quienes no pueden defenderse son violentados en sus derechos, mancillados en su dignidad, terminan siendo presa de abusos o engrosan la trágica lista fatal en la violencia intrafamiliar.

Se van sumando además las imágenes proyectadas en los medios en que un simple juego en una esquina culmina con el atroz atropello de motochorros, frente a lo que familias enteras se preguntan hasta qué punto hay que aumentar el encierro que impida a los más pequeños manifestarse libremente en los espacios públicos. La inseguridad también ejerce su imperio, contribuyendo a la desazón.

¿Cómo reencauzar un destino que priorice el cuidado y la educación de niños, niñas y adolescentes, frente a la angurria y la intolerancia traducidas en casi toda la acción pública de los representantes en el Estado? Suman y siguen las discusiones bizantinas, mientras el tiempo continúa lanzando al mundo jóvenes desorientados y temerosos, con un fuerte impacto de la salud mental (tampoco atendida).

Ya no es posible contemplar atónitos cómo esta franja de la población queda inmersa en un gran embargo, no permitiéndoseles acometer con fuerza y aptitudes ese futuro, que debería serles promisorio.

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