En marzo del 2019 ya sabíamos que nuestro sistema de salud tenía carencias y falencias. Sabíamos que podían faltan medicamentos para pacientes oncológicos y para otros pacientes crónicos; camas en terapia o incubadoras. Sabíamos que algunos medicamentos se consiguen en Clorinda y otros solo en ciertas farmacias; que mucha gente se automedica, que hay medicamentos falsos, que hay medicamentos que deberían darse con recetas y, sin embargo, son de venta libre. También era muy conocido la falta de más médicos bien capacitados, equipamientos y más personal de blanco, en general, y por supuesto en algunos casos es imperativo atenderse en Foz, Clorinda, Posadas, o más allá.
Por otro lado, éramos conscientes que no había podido articularse la colaboración entre el sector público y el privado y tampoco articularse un sistema o una red de atención que permita aprovechar sinérgicamente el Instituto de Previsión Social y el sector público. Éramos conscientes también de la existencia de excelentes profesionales de todas las áreas con mucha buena voluntad y que, en muchas ocasiones, no estaban bien remunerados o reconocidos y que operaban en circunstancias difíciles. Por otro lado, y por diferentes razones mucha gente no consultaba a tiempo y recurría muchas veces al “medico-yuyo” o a profesionales no certificados o no reconocidos por nuestras autoridades.
Cualquier paraguayo sabe que el dengue nos ha ganado sistemáticamente durante 2 décadas y que tener un accidente menor en cualquier parte del territorio llevaba a escuchar casi infaliblemente la recomendación “es mejor que te atiendas en Asunción”.
Hay muchos ejemplos más y muchos testimonios conocidos por todos. ¿Cómo es posible que después de tanto tiempo no hayamos podido articular un excelente sistema de salud a menos de 10 millones de personas? La respuesta es que no respetamos prioridades. Sabiendo que la salud está en primer lugar por esencia solidaria del cristiano, por mandato constitucional, por naturaleza y por sentido común nuestro manejo de recursos y nuestra organización no respeta esa premisa.
Si bien la salud tiene inconvenientes en muchos países, algunos con muchos más recursos, el tiempo para excusas, y aun para explicaciones válidas se ha acabado. Quizás hay planes y acciones en marcha que faltan comunicar mejor, la sensación es que debemos actuar ya. Estas acciones nos involucran a todos. En presupuestos personales, familiares, empresariales y públicos el priorizar la salud significa, entre otras acciones, bajar el gasto en otros sectores y eso implica consensuar, renunciar y recalendarizar. Esto es un gran desafío porque todos entendemos que lo que hacemos es lo más importante y queremos que así sea reconocido.
Salvo algunas iniciativas relativamente escasas y de bajo impacto general, en ningún sector se han dado acciones hacia este principal foco impostergable.
Que el Espíritu Santo nos inspire para actuar pronto y conforme al bien común.