La jubilación, si bien constituye un instrumento de la protección social propio de las personas mayores, debe ser pensada desde el inicio de la vida. La jubilación no es un cambio de la situación que se dé en un momento dado de la vida laboral tampoco es el fin de esta. La jubilación, tal como se entiende actualmente, es un proceso que comienza mucho antes de los 65 años, incluso antes del momento de salida del mercado laboral. Por lo tanto, su planificación debe estar pensada desde el nacimiento, ya que desde ese momento se inicia la generación de capacidades y el desarrollo de las personas, lo que les permitirá unos años después acumular capital humano para el acceso a un empleo de calidad.
En este sentido, la planificación de un sistema jubilatorio debe dimensionarse desde el inicio de la vida y extenderse al menos los siguientes 50 años de manera a garantizar su sostenibilidad en el largo plazo. Este desafío es cada vez mayor considerando los cambios que se están sucediendo tanto en el mercado como en las pautas aspiracionales y culturales de las personas. Los primeros sistemas jubilatorios, incluyendo el vigente en Paraguay, se diseñaron en contextos de trayectorias laborales relativamente estables y dirigidos a trabajadores en relación de dependencia.
Este diseño es altamente excluyente en Paraguay caracterizado por una alta proporción de trabajadores por cuenta propia, trabajo rural, mujeres que entran y salen del mercado laboral por sus roles de cuidado, entre otras características que limitan la cobertura.
Las nuevas formas de trabajo introducen retos adicionales que exigen sistemas que permitan una mayor movilidad de los trabajadores y trayectorias laborales más dinámicas, sin que ello signifique la pérdida del derecho a jubilación.
Paralelamente, aparecen cambios en la individualidad de las personas y en las pautas del ciclo vital que conducen a una modificación de los procesos educativos, laborales y, por ende, de la jubilación. Hay un retraso en la salida laboral por la mayor cantidad de años de estudios, aumentan los periodos de formación durante la vida laboral, se reduce la duración de las horas semanales de trabajo y aumentan los años promedio de vida.
El imaginario juvenil también es otro. Pocos jóvenes se imaginan trabajar toda su vida en una sola empresa o actividad. Los cambios en los patrones de tiempo, la inestabilidad económica, la precariedad de la vida cotidiana e incluso la crisis climática les hace más difícil dimensionar un futuro a 30 años de distancia, lo que exige incentivos y modalidades de acceso a los sistemas contributivos diferentes a los que se podrían pensar un siglo atrás.
Dados estos cambios, la manera actual de garantizar el derecho a la protección social –y en particular el vínculo con el trabajo– necesita una profunda revisión estructural que Paraguay no está considerando.
El sistema jubilatorio paraguayo, y sus múltiples regímenes, tiene como principales características su exclusión, inequidad, fragmentación e insostenibilidad financiera, sin que estos problemas se hayan abordado de manera estructural desde su creación a inicios del siglo pasado.
Si Paraguay quiere garantizar calidad de vida en la vejez, debe debatir sobre la forma en que rediseña el sistema jubilatorio de manera a lograr una cobertura universal con sostenibilidad financiera mirando por lo menos los próximos 50 años. De esa manera, no solo estaremos garantizando la protección a quienes ya están aportando en este momento, sino también generando las condiciones necesarias para que la niñez y juventud que en este momento se está preparando logre una inserción laboral de mayor calidad y, sobre todo, un futuro sin pobreza.