Después de superar el viernes los 35.000 muertos y los 645.000 contagios por el nuevo coronavirus, Brasil pasó esta semana a ser la tercera nación en el mundo con más fallecimientos, detrás de Estados Unidos y del Reino Unido, y la segunda en número de casos confirmados, después de los norteamericanos.
A pesar de la escalada, el Gobierno federal, encabezado por el líder ultraderechista Jair Bolsonaro, quien ha minimizado el coronavirus y siempre fue contrario a las medidas de cuarentenas y aislamiento social rígidas, se distanció desde un comienzo de los gobernadores y alcaldes, con quienes tiene una disputa política.
La Corte Suprema vetó algunas medidas que el Ejecutivo quería imponer para el tratamiento a la crisis sanitaria y delegó esas facultades a los Gobiernos regionales y municipales que, de acuerdo con sus particularidades, han sobrellevado la crisis sin el apoyo firme de políticas alineadas con Bolsonaro y su Gabinete.
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Aún con el aumento de casos y muertes, algunas regiones comenzaron a flexibilizar esas medidas y dar apertura gradual a las actividades económicas no esenciales que están interrumpidas, como los estados de Sao Paulo y Río de Janeiro, los más afectados por el nuevo coronavirus.
Protestas
Desde que desató la pandemia del coronavirus, seguidores de Bolsonaro vienen realizando caravanas y marchas prácticamente todos los fines de semana en algunas ciudades, sobre todo en São Paulo y la capital Brasilia, con actos contra la Corte Suprema, el Congreso y la red Globo, a los que acusan de atacar al mandatario.
En las movilizaciones se han levantado gritos y consignas a favor de la intervención militar y del retorno de la dictadura que gobernó entre 1964 y 1985. Bolsonaro, sin una mención de apoyo directa a esa motivación, ha participado de los actos casi siempre sin mascarilla u otro tipo de protección como lo exigen las autoridades.
No obstante, el domingo pasado, en São Paulo y Río de Janeiro apareció un movimiento liderado por las barras organizadas de los clubes de fútbol a favor de la democracia y en contra del fascismo, con el que es tachado el gobernante.
En São Paulo, la mayor ciudad del país con veinte millones de personas en su región metropolitana y epicentro del Covid-19, se presentaron disturbios cuando manifestantes a favor y en contra de Bolsonaro se encontraron en la céntrica Avenida Paulista, lo que obligó a la Policía Militarizada a intervenir.
Por esta razón, la noche del viernes, la Justicia prohibió la realización de los actos antagónicos en la Avenida Paulista y que fueron convocados en el mismo lugar y hora, con el propósito de preservar la integridad física de los manifestantes y resguardar el patrimonio público.
El mismo viernes, Bolsonaro calificó como “delincuentes”, “vagos”, “drogadictos” y “terroristas” a los manifestantes que protestaron contra su Gobierno y a favor de la democracia y pidió que las fuerzas de seguridad actúen en caso de que los actos convocados para este domingo excedan los límites.
Antes, el presidente había pedido a sus seguidores para no ir a los actos del domingo y evitar la confrontación, pero sus partidarios, aún con la medida cautelar de la prohibición, insistían en las redes sociales y algunos hacían un llamado a los practicantes de lucha y de artes marciales para “estar preparados al combate”.
Los opositores, en tanto, mantuvieron también el horario de convocatoria, pero trasladaron la concentración para la plazoleta Largo da Batata, en el central barrio de Pinheiros, a 4,7 kilómetros del Museo de Arte de São Paulo (MASP), el punto de encuentro de los simpatizantes de Bolsonaro.