Las designaciones de significativamente corrupto que repartió el imperio en las carpas de la ANR provocaron una notable similitud en el discurso de los afectados, aunque coyunturalmente se encuentren enfrentados. Horacio Cartes, ex presidente, líder y principal financista de Honor Colorado dijo en un discurso cuasibélico que seguirá siendo “provida”, y que si por ello tiene que dar la vida, que se la quiten, pero que seguirá en la lucha. Por su parte, el vicepresidente de la República, Hugo Velázquez, no solo se ratificó como “provida” y “profamilia”, alegó que no le sorprende que por ello lo persigan, por ser “significativamente católico”.
Según explicó el embajador de los Estados Unidos, Cartes fue incluido en la lista oprobiosa del Departamento de Estado por obstruir una investigación internacional sobre el crimen trasnacional de su socio y amigo Darío Messer para evitar ser perjudicado y seguir con sus contactos con el crimen organizado y el terrorismo. Velázquez, por sobornar a un funcionario paraguayo para impedir una investigación que lo afectaría política y financieramente.
No está claro en qué parte entra la cuestión de la vida y la familia, salvo que consideremos el hecho de que a sus hijos y cónyuges también les han retirado el pasaporte y ya no podrán visitar los Estados Unidos. Puede que para alguno de ellos saber que jamás volverán a hacer compras en Nueva York ni visitarán los parques de Disney empañe ligeramente su rutilante calidad de vida, pero convengamos en que tampoco es para morirse.
Obviamente, los discursos de uno y otro no son más que un episodio más en este interminable festival de hipocresía con el que cierto sector de la clase política pretende mantenernos entretenidos para no ver lo que realmente nos pasa. Desde hace ya un buen tiempo, este grupo político encontró en el discurso lo que se llama un hombre de paja, un enemigo ficticio que les permita erigirse en los supuestos héroes dispuestos a enfrentarlo.
Tres palabras fueron suficientes para montar al villano de ficción. Aborto y matrimonio gay. En contraposición, los paladines de la moral le hacen frente bajo las consignas mencionadas de “provida” y “profamilia”. De acuerdo con el burdo guion, nuestros héroes están librando una batalla a brazo partido para evitar que nuestro hombre de paja destruya la familia tradicional paraguaya, provoque abortos masivos y afecte con el rayo homosexualizador a nuestros niños, o algo parecido.
En realidad, la Constitución Nacional no deja lugar para la historieta. Establece claramente que el matrimonio solo se da entre hombre y mujer y protege la vida desde la concepción. Si hubiera en este momento un proyecto serio para cambiar ambas cosas se necesitaría de una reforma constitucional, y hasta ahora los únicos que pretendieron modificar la Carta Magna, con heridos y muerto de por medio, fueron los mismos políticos que se dicen provida y profamilia, y que quisieron meter la figura de la reelección por la ventana.
Quizás lo que hace verdaderamente miserable este infantil juego retórico es que tras la farsa moralista se oculta una realidad lacerante. Las familias paraguayas sí son víctimas de un enemigo devastador: la violencia. La pobreza y la marginalidad empujan a cientos de miles de paraguayos y paraguayas a buscar un escape rápido en el alcohol y las drogas. La legión de adictos se convierte en padres, hijos y hermanos golpeadores y abusadores, en zombis capaces de apuñalar a un estudiante para robarle la mochila, lo que sea con tal de conseguir la siguiente dosis.
Niñas convertidas en madre, jóvenes con el cerebro quemado por el crac cargando dos o tres niños, viviendo de la mendicidad y de los hurtos ocasionales. Fantasmas sin ningún futuro.
El peligro para la vida y las familias en Paraguay no viene de afuera y no serán los políticos significativamente corruptos quienes nos defiendan. Los que nos están matando son la pobreza, la ignorancia y la desesperanza. Y nuestros pretendidos héroes no han hecho más que potenciarlas.