Claudia, de 25 años, nació con síndrome de Down. A duras penas puede hablar o controlar sus movimientos en la vida diaria, pero el tutú y las zapatillas de punta obran su transformación al pisar el escenario, donde extiende sus brazos y vuela elegante sobre el parqué al compás de “La bella cubana”, una emblemática melodía clásica del siglo XIX.
También decimonónico es el edificio, antigua fábrica de tabacos, que alberga La Casa de África, el centro cultural en el histórico barrio de Habana Vieja donde cada miércoles una treintena de personas con trastornos mentales moderados y severos deleitan sus almas y las de los presentes al ejecutar con trabajada armonía y variados atuendos un puñado de obras adaptadas al ballet.
“Cuando descubrimos el psicoballet se nos abrió un mundo totalmente nuevo. Claudia era más bien tímida y de pronto se desdobló y empezó a ser princesa, y empezó a ser hada y todo lo que quiso”, explica Maritza, que cada semana sin falta acompaña a su hija a la función.
El psicoballet es el espectáculo como terapia o “la psicología pasada por ballet”, en palabras de Georgina Fariñas, la psicóloga cubana que en 1973 inventó esta disciplina tras fracasar en su intento de enderezar con tratamientos convencionales a un grupo de niñas agresivas.
“Entonces nos dimos cuenta de que el ballet las mejoraba en el aspecto psíquico, corregía su conducta”, recuerda la especialista del Hospital Psiquiátrico de La Habana en una entrevista con Efe.
Con el apoyo de la leyenda cubana del ballet Alicia Alonso, los años siguientes Fariñas extendió su innovadora terapia a grupos mixtos de adolescentes problemáticos con excelentes resultados: “El que era tímido, en tres semanas ya no lo era; el agresivo ya no pegaba, sino que colaboraba con los otros muchachos”.
Así, el psicoballet comenzó a aplicarse a enfermos mentales crónicos, autistas y personas con síndrome de Down, al conformar estos un colectivo más vulnerable por la escasez de centros de tratamiento para adultos en la isla.
El éxito de la terapia también facilitó su internacionalización. En 1980 la bailarina y coreógrafa española Maite León creó la Fundación Psicoballet con sede en Madrid, cuatro años más tarde la escuela cubana fue reconocida como Grupo Unesco y hoy decenas de miles de personas practican esta disciplina en países como México, Brasil, Colombia, Venezuela, Ecuador o Puerto Rico.
La eficacia del psicoballet radica, según su precursora, en que “estimula los receptores propioceptivos, los que te dicen si estás de pie o caminando o sentado sin mirar”, además de activar las “neuronas espejo, ya que estás mirando y es como si estuvieras bailando, y se estimulan gracias al vínculo del cerebro con los otros receptores”.
Para Oney, un joven de 17 años con síndrome de Down, la mejora de la coordinación psicomotriz es un efecto menor del psicoballet en comparación con su gran conquista: Martica, de quien se enamoró en su primera clase.
“La conocí aquí en psicoballet y me gusta cómo baila; la quiero, la amo y me voy a casar con ella”, asegura a Efe el bailarín, protagonista absoluto sobre el escenario acompañado de cuatro mujeres (ellas son mayoría en la clase) en uno de los actos de la representación del miércoles.
Aunque Oney no se corta frente a la prensa, la más elocuente oradora del grupo es Mileidys, una mujer de 33 años con discapacidad mental leve-moderada que recurrió a la terapia del ballet hace una década para quitarse “la furia que llevaba dentro”, confiesa, tras una crisis personal.
“Libero energía, estoy más contenta y tengo muchísimos amigos. Me encanta bailar y ser la princesa, pero cuando uno no viene yo hago su papel”, explica a Efe sonriente y tranquila.
Sentirse importante y útil es, según la doctora Fariñas, el mayor logro de esta fábrica de sueños que no solo aporta autoconfianza a los diferentes: también les marca elevados retos.
Mileidys, por ejemplo, asegura que tiene dos sueños pendientes: viajar algún día a México y bailar en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, uno de los principales coliseos del ballet mundial y referente arquitectónico de la capital cubana.
“Lo de México es más difícil, pero estoy segura de que pronto voy a bailar en el Alicia Alonso”, declara, mientras se ajusta el tutú minutos antes de olvidarse de todo, cerrar los ojos y despegar sobre la madera al primer toque de violín.