En general creemos que somos los más capaces en comprender y descifrar a las personas, que tenemos capacidades superiores al promedio como jueces del carácter del otro. Esta destreza es la más sobreestimada de todas, ya que la realidad demuestra que el arte de descifrar al otro es extremadamente difícil. Ser inteligente no es suficiente. La lógica pura no garantiza protección, puesto que los preconceptos contaminan el raciocinio y los sentimientos desestiman datos de la realidad. Y la creencia de que esencialmente todas las personas son buenas o que el mal no existe lleva a un resultado práctico: a un punto ciego de la mayoría, y a una incapacidad parcial o total de definir quién es el ángel o monstruo disfrazado que tenemos en frente. Aún más, a quién damos poder y con quién creamos dependencia.
Cuando se habla de psicopatía se piensa en alguien con trastorno mental, pero existen varios grados de psicopatía desde leve hasta grave que sorprendentemente conviven entre nosotros y no estamos entrenados para darnos cuenta. El 1% de la población es diagnosticable como psicópata, en la alta gerencia esto aumenta a 3,5%, entre CEO aumenta al 13%, y entre líderes políticos supera los 20%. Consecuentemente en el mundo empresarial existe una mayor proporción de personas exitosas con altos grados de psicopatía que en el promedio de la población. Los aspectos de este tipo de trastorno de personalidad son convenientes y hasta se enaltecen en el ambiente empresarial.
Los psicópatas son muy persuasivos. Tienen un superficial encanto, se presentan con autoconfianza, generan interés en invertir en las ideas que proponen, poseen un sentido grandioso de autoestima, no descansan al ser muy inquietos y estar constantemente buscando desafíos. Además, tienen una gran capacidad de trabajar duro en lo que egoístamente les interesa (estereotipo del exitoso) y prosperan en la incertidumbre, son deshonestos y mentirosos diciendo lo que se necesite para obtener un estatus social, con una habilidad altísima saben leer a las personas para complacerlas y manipularlas. Viven como parásitos del esfuerzo y trabajo de los demás robando el crédito del trabajo del otro. Captan lo que desean sus víctimas y la manera como lo desean, por eso se presentan distintamente con diferentes personas.
Asimismo, sus incompetencias giran en torno de un bajo nivel de auténticas respuestas emocionales como una sincera empatía, pues no entienden ni pueden vivir los sentimientos de los demás, no contienen sus impulsos teniendo explosiones emocionales, resultado de relaciones interpersonales muy superficiales sin amistades profundas ni vínculos duraderos, pues esto requiere exponerse profundamente. En el fondo, al psicópata no le importa las personas, porque son descartables. No manifiestan ansiedad, no lamenta nada, no se culpan de nada, no sufren por el otro. No se preocupan si va a cumplir su compromiso, debido a que actúan automáticamente sin sentimientos para obtener lo que les conviene. Si funcionó fue su mérito, si fracasó fue culpa del otro.
En el mundo empresarial cada vez más necesitamos cooperar y somos más interdependientes en los negocios. ¡Identificar a los psicópatas que nos rodean es crucial! Y debemos descartarlos como clientes, socios, amigos, pues nunca recibiremos la reciprocidad esperada. La solución no pasa por redactar mejor un contrato o aumentar la garantía. Este trastorno tiene bases genéticas, el cerebro se formó de otra forma, por lo que no cambiarán nunca con capacitación, coaching, presión, amenazas, discusiones más duras, ¡nada! Su estructura genética determina su comportamiento, lo que está por arriba de su capacidad de decidir a cambiar. Desde que el mundo es mundo, nuestro éxito o fracaso siempre lo determinaron las personas, allí debe empezar y terminar nuestra debida diligencia. Y, sobre todo, nuestro discernimiento.