El 23 de abril celebramos el Día del Libro, bueno, no sé si todos saltan de alegría como en una auténtica celebración, pero por lo menos se lo recuerda como un elemento cultural pacífico y altruista. La mayoría de los educadores suelen aprovechar la fecha relacionada con las biografías de los grandes escritores Cervantes y Shakespeare para escribir en la pizarra frases estimulantes sobre la lectura y aquello de “lea y no se-a-burra”… Pero se quejan de que con mucho esfuerzo se consiguen solo unos minutos de atención porque los niños y jóvenes están en otra, especialmente en el mundo virtual digitalizado. ¿Es solo eso y allí se acaba este tema? No, la neurociencia confirma que los pensamientos requieren del uso la razón y que esta está ligada directamente al lenguaje, el cual se desarrolla muchísimo con la lectura de libros, especialmente de literatura. Ni hablemos de la creatividad y de la expresión del ser humano en sus dimensiones superiores, espirituales. Si es así, es una catástrofe que no leamos buenos libros.
Primero, los adultos deberíamos hacer un autoanálisis sobre si realmente nos interesa a nosotros la lectura de libros y por qué. Fuera de cámara y de las falsas bibliotecas de adorno para las videollamadas, claro. Y quizás también fuera de las listas modernas que empobrecen o entorpecen este encuentro verdaderamente intelectual y gradual, ya que no se trata de ofrecer Yo el Supremo a los niños de segundo ciclo de la escuela para “elevar su cultura”, sino de hacerlos disfrutar de Las aventuras de Tom Sawyer, por ejemplo, para luego llegar a Roa en otro momento más propicio. Tampoco podemos conformarnos solo con “sacar la brujita que hay en mí” o cosas así.
¿Y para qué leer? Simple y explosivo: para desarrollar los diferentes tipos de pensamiento. El investigador y pedagogo Jesús Montero Tirado detalla 18 tipos en varios de sus escritos para la comunidad educativa paraguaya y concluye tajantemente: el lenguaje está ligado a todos ellos. Luego la lectura ayuda a pensar lógica, científica, analítica, lateralmente, etcétera.
Pero ¿cómo recuperar para esta generación el amor a los libros?, dicen. ¡No podrían creer la cantidad de lectura que hacen los chicos en medios más accesibles que les brindan las tecnologías actuales! Y ni hablemos de todo lo que el cine se ha aprovechado de la literatura con sus grandes interpretaciones y/o sus desgraciadas reinterpretaciones mediocres e insulsas. Los chicos maman literatura a través de la publicidad, incluso de la moda, pero sin saberlo, y esto es triste. Porque muchas veces les llega deformada y achatada. Cuando les atrapa, leen mucho. Por ejemplo, Harry Potter, la saga juvenil sobre magos, volvió multimillonarios no solo a su autora, sino también a los estudios cinematográficos que hicieron las películas. Están también Narnia, El señor de los anillos, El libro de la selva, Peter Pan, Alicia en el País de las Maravillas, Charly y la fábrica de chocolate, Ana de las tejas verdes y tantos otros.
El recordado profesor y filósofo Olavo de Carvalho decía que “el dominio de la lengua y la literatura es un requisito previo para TODOS los estudios superiores” y que “si no tienes una sensibilidad literaria lo suficientemente aguda, te resultará difícil entender cualquier cosa”, ya que “la literatura y el conocimiento del alma humana siempre han ido de la mano”, expresaba. Y como pequeño homenaje a los escritores que despertaron nuestra alma recuerdo aquí al español Quevedo con aquel soneto: “Retirado en la paz de estos desiertos, con pocos pero doctos libros juntos; vivo en conversación con los difuntos, y escucho con mis ojos a los muertos. Si no siempre entendidos, siempre abiertos; o enmiendan o fecundan mis asuntos; y en músicos callados contrapuntos al sueño de la vida hablan despiertos. Las grandes almas que la muerte ausenta, de injurias de los años vengadora; libra, ¡oh gran don Ioseph!, docta la imprenta. En fuga irrevocable huye la hora, pero aquella el mejor cálculo cuenta, que en la lección y estudios nos mejora”.